Ucrania: una guerra sin esperanza

Francisco Hernández Vallejo

Han pasado ya dos años desde que Putin decidió iniciar un conflicto con el objetivo de impedir que Ucrania decidiera libremente su destino y sus alianzas.

Sin olvidar la responsabilidad de la OTAN y una política expansionista sin sentido y al amparo de la historia y de la realidad actual, la secuencia de los hechos y el recrudecimiento de los ataques rusos sobre territorio ucraniano nos remontan a pasados conflictos, donde el gigante ruso, tras retiradas iniciales, hizo prevalecer su ingente capacidad industrial en la fabricación de armamento y el nulo aprecio al sacrificio de soldados.

Sin remontarnos a Napoleón, que tuvo que retirarse mas por la falta de intendencia que de potencial bélico, la Segunda Guerra Mundial nos muestra, tras el primer año y medio de conflicto con Alemania, una descomunal exhibición del Ejército Rojo, bien abastecido por los Estados Unidos, en comida, intendencia, vehículos militares, armamento, tecnología y logística. La Ley de Préstamo y Arriendo, firmada por el entonces presidente Roosevelt, permitió a los aliados frenar el envite del Ejército alemán. Esta ayuda, fue ocultada y minimizada por Stalin.

Rusia, por su propio potencial, por el apoyo de países como Irán y Corea del Norte y la aparente neutralidad de China, crece en armamento y recursos de forma exponencial, mientras Ucrania depende a día de hoy casi al cien por cien del abastecimiento bélico de Occidente, que consume a velocidad de vértigo al carecer de recursos propios, y de un Ejército que, a pesar de su heroísmo, tiene un difícil despliegue convencional.

En Afganistán, el Ejército ruso tuvo que abandonar, porque, además de la ayuda externa, los muyahidines contaban con una orografía favorable al hostigamiento continuo, a las emboscadas y a los atentados permanentes. Ucrania es casi toda ella una inmensa llanura, salvo las estibaciones de los Cárpatos. Muy difícil para poder establecer posiciones de hostigamiento, que se limitan a la resistencia numantina de las ciudades que, como Bajmut, han marcado un hito en la resistencia.

La única opción que queda a Ucrania es la entrada masiva de la OTAN, que desencadenaría sin duda la tercera guerra mundial y posiblemente el uso de armas nucleares. Esto sería una catástrofe sin paliativos.

Por otro lado, el recrudecimiento de la guerra en Palestina le ha venido a Putin de perlas y cambiado prioridades de EE UU, que, por muy grande que sea su potencial, está a las puertas de unas elecciones con el Partido Republicano renuente a seguir apoyando a Ucrania.

Lo tiene crudo Zelenski, al que le queda en la UE el apoyo de Gran Bretaña y Alemania como potencias de mayor entidad, con la habitual ambigüedad francesa y los envíos de material de países que, como España, carecen de entidad bélica relevante.

Al final, por desgracia, si no se obra un milagro, Ucrania tendrá que pactar, ceder territorio y renunciar a alianzas. Es decir, perderá toda su soberanía y será rehén de Putin. Difícil dilema para la estabilidad de Occidente y para el futuro de la Unión Europea.