Barra de bar

Me dice mi amigo, últimamente todo enfadado por estar cerradas las tabernas, que ayer tarde cuando pasaba por delante de una de ellas -puerta abierta pero cerrado por una mesa impidiendo la entrada- la camarera toda sonriente, -como retándole- después de saludarle, le dijo que si quería un vino para llevarse, pues estaba atendiendo a una cola de personas pendiente de un café, pero que se lo tendría que llevar en un vaso de plástico. Y que ya llevaba algunos despachados, amén de alguna que otra cerveza o chupito.

Lo que más le molestó era la alegría que dicha moza mostraba haciéndole saber tal modalidad, sabiendo como sabía su natural apego a la barra y a los vinos de mediodía y tarde-noche ahora prohibidos.

No sabía la buena moza que iba derecho a un garaje, -que tampoco era lo mismo, pero para el caso casi igual- en donde estaban esperándole la pandilla para tomarse sus buenos vinos y tapitas acordes.

Me dice este amigo que ha visto con sorpresa estos días como algunos hombres que se tenían por muy masculinos o muy suyos, van más a menudo a los súper a hacer la compra. Y si uno, aunque no sea muy cegato, puede comprobar como en medio de dicha compra va alguna que otra mercancía etílica; recordándole aquellos tiempos del contrabando.

Me dice también que una nieta suya, dependienta de un súper, le ha dicho que cada vez hay más hombres que se llevan botellas de licor.

Y que no es una novedad y que incluso la empresa ha tenido que hacer varias ofertas y rebajas de vinos.

También me dice que la pandilla del doctor alemán y el banquero se han perdido hace unos días, -antes del confinamiento- al tratar de llegar por medio del monte y pistas de concentración a otros ayuntamientos que tenían las tabernas abiertas. Que ahora conocen como si de buenos madereros se tratase de todo atajo o ramal existente. Y que algún día se vieron perdidos en medio del monte y tuvieron que espera a que aclarase con las consiguientes riñas familiares. Y no son niños.