Desde Solón (siglo VI a C.) hasta nuestros días soy dueño de muchos proverbios sobre la mujer, pero ninguno tan rabiosamente actual como el de uno indio: "Aunque tu mujer haya cometido cien faltas no la golpees ni con una flor". Y pienso si la publicación en el frontispicio de toda vivienda, paradas de taxis y autobuses urbanos; en los escaparates de comercios, donde quiera que el hombre pise tierra, no sería más fructífero que todas esas asambleas feministas o señuelos políticos que, desde hace mucho tiempo, bien a escala nacional, europea o mundial, se celebran para lamentarse del comportamiento machista con acompañamiento fúnebre.

Solón, sabio de Grecia, era un egregio político y no se le ocurrió decir que "los dioses no han hecho más que dos cosas perfectas: la mujer y la rosa". Y por el trato habido a través de los tiempos, la rosa tiene una primacía sobre la mujer, pues no conozco anécdota alguna que haya sido golpeada hasta provocar un funeral. No deja de ser un síntoma de barbarie la indefensión de la mujer todavía encadenada por la historia, la Iglesia, la tradición y por la demoníaca perversión del hombre al considerarla sirvienta de sus deseos. Y en tanto no se acepte que la mujer no salió de los pies del hombre para pisotearla, ni de la cabeza, para ser superior, sino de la costilla, debajo del brazo, para ser protegida y al lado del corazón, para ser amada, todo debate es tiempo baldío. Me asocio por cubrir los pueblos del mundo con el proverbio indio. Lo mismo que la cruz es un recuerdo de la fe de los cristianos, debería ser la publicidad del proverbio para freno de toda clase de violencia contra la mujer. De nada valdría un movimiento femenino en un mundo sin justicia social, por lo que no deja de ser culpable o causa remota de un drama de género de sexo al consentir la desigualdad de funciones y de recursos en el devenir de la historia. O dicho de otra manera: al ser tratada como un ser intermedio entre el animal bruto y el animal reflexivo.

Este drama a escala mundial podría regenerarse no apropiando las mujeres ciertos rasgos genéticos del hombre, de modo que la pureza de su feminidad no se deteriore, y de nuevo se vuelva a recobrar la imagen según los ojos de Solón: la perfección cósmica en la mujer y en la rosa. Y una sugerencia: un certamen humanístico a escala universal de cuál sería el dibujo de la humanidad sin la presencia de la mujer.