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El pequeño Aylan Kurdi

Sería hermoso poder disfrutar este invierno de las imágenes del pequeño Aylan jugando con su hermano en la nieve, en Canadá. Pero, desgraciadamente, el pequeño Aylan, y otros tres bebés, perecieron ahogados en el Mediterráneo en una fatídica noche, siendo arrastrados a la playa turca de la que querían huir, escapando de los bombardeos incesantes y la violencia insoportable del Estado Islámico.

Pero la burocracia no entiende de sentimientos ni de emociones, de la desesperación de unos padres que buscaban un futuro mejor para sus hijos o simplemente, un futuro en paz.

También es cierto que su sueño podría haber terminado en una alambrada en Macedonia, o en un tren húngaro.

Europa cierra sus puertas, para no mostrar sus vergüenzas y la obscenidad de su política, inmoralmente abrazada a un capitalismo salvaje que mide el bienestar en términos de PIB y déficit fiscal, olvidándose de la solidaridad y la defensa incondicional de los derechos humanos de las que siempre ha hecho gala. La alegre sonrisa de Aylan se ha apagado para siempre, conmoviendo nuestros corazones.

Que no mueran más niños a las puertas de Europa. Es terriblemente injusto y cruel.

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