Opinión | Crónica Política

Los relevos

Hace poco se reclamaba un acercamiento entre la realidad social y el papel de sus representantes en el Parlamento. Se reconocía el esfuerzo inteligente de la Presidencia de la Cámara gallega al fomentar mediante diversas iniciativas la aproximación que se demanda. Es probable la necesidad de completar la iniciativa con un argumento algo más reciente. Se trata de reclamar a los partidos políticos que en sus listas incluyan no solo nombres de leales al jefe, o de cumplidores absolutos de los programas, sino también impere la máxima seriedad al designarlos y también al explicar los motivos de su permanencia o de un cambio de los que resultan elegidos.

No se trata de discutir ni la legitimidad ni el derecho de los grupos políticos a la hora de designar candidatos. Pero sí de advertir que, si ocurre lo que acaba de ocurrir en el PPdeG, no ha de extrañar que una buena parte del electorado se pregunte hasta dónde llega el respeto a su voluntad. Y es que cambiar a tres meses de las pasadas elecciones nada menos que a nueve diputados de una vez suena a una falta de previsión por no decir una escasa meditación de características, talentos y talantes. Y provoca en los observadores una cierta estupefacción.

Es cierto que ese partido explicó que los relevos obedecen a la integración de los representantes electos en el entorno gubernamental. Es loable que se implante el principio no escrito de “un cargo, un sueldo”, pero eso suscita una duda sobre la previsión con la que deberían elaborarse las candidaturas. Entre otros motivos, para evitar la sensación de que los relevados, que ocupan los primeros lugares en la lista, son sustituidos por los de en medio o en cola, y eso no parece demasiado convincente a poco que se mire despacio. Visto desde una opinión particular, por supuesto.

La cuestión no parece de gran carga política, pero sí que afecta a la cercanía que debería existir entre electores y elegidos. Los relevos alejan aún más a unos de otros: cualquiera que analice lo que acaba de pasar aceptará que los nueve que se incorporan al grupo popular apenas son conocidos en sus lugares de origen. Eso implica lejanía y, por supuesto, un cierto desinterés, y ambos provocan lo que se pretende evitar, que es el que los votantes se limiten a apoyar o no a unas siglas prescindiendo de datos sobre quienes han de aplicar los programas.

Naturalmente, cuanto precede es opinable, pero advierte que, aun así, el fondo del argumento resulta válido. Es imprescindible que para que la ciudadanía gallega se sienta próxima a sus representantes al menos los conozca no solo por una mini biografía publicada tras el recuento, sino también con información acerca de sus características, especialidades o, simplemente, su relación con el entorno al que piden apoyo. Lo peor de este tipo de relevos casi masivos es que generan la impresión de que hay poca seriedad a la hora de decidir donde colocar a los candidatos.