Opinión | Crónicas galantes

Política de la concha y la reconcha

Pocos imaginarán a Pedro Sánchez, a Macron o a cualquier otro líder europeo, mentándole la concha de su madre a un adversario político. Ni siquiera en el pendenciero ambiente del Congreso, que se ha latinizado mucho últimamente, sería concebible que alguien utilizase el lenguaje bronco y aspaventoso de Javier Milei.

No es que el presidente argentino recurriese a esa expresión tan porteña de la concha en su debate –llamémoslo así– con el jefe del Gobierno español. Se limitó a tachar de corrupta a la esposa de Sánchez y de cobarde, mentiroso y gente de calaña (mala, se supone) al propio primer ministro.

Nada que no hubiera hecho anteriormente con otros mandamases del mundo, para decirlo todo. Al presidente colombiano Gustavo Petro, por ejemplo, lo reputó de terrorista, comunista y asesino, más o menos en ese orden. Al de México, López Obrador, le colgó los adjetivos de patético, lamentable y repugnante. Más comedido en el caso de Brasil, calificó simplemente de “zurdo salvaje” a su presidente Lula da Silva.

Antes ya había intuido que su compatriota, el papa Francisco, es el representante del Maligno en la Tierra, si bien no tardó en viajar al Vaticano para abrazarse con él.

"Con sus Trump y sus Milei, la democracia es mucho más entretenida en las Américas"

Peor les fue a los adversarios políticos de Milei en Argentina; y no solo porque perdiesen las elecciones. Lo más bonito que les llamó fue zurdos de mierda o, directamente, hijos de puta (con perdón). Más conocidas serán, tal vez, las proclamas a gritos en las que anunciaba una “batalla cultural” contra “los zurdos hijos de recontra mil putas”. Nunca la palabra cultura tuvo significado tan contradictorio.

Cuesta creer que un pueblo famosamente ilustrado como el argentino, que regaló al mundo los talentos de Borges y Cortázar o el tango libertario –este sí– de Astor Piazzola haya caído en la tentación de elegir a un personaje como Milei. La probable explicación reside en que se puso a los votantes en el dilema de escoger entre la peste de los gobiernos de toda la vida o el cólera que representaba un vendedor de milagros.

Curiosamente, los argentinos son europeos extrañados que no descienden de los aztecas ni de los incas, sino de los barcos llegados del otro lado del Océano.

Quizá eso explique la arrogancia que se atribuye a los porteños, en la que también incurrió, sin pretenderlo, el responsable de Exteriores de la Unión Europea, Josep Borrell. Al jefe de la diplomacia continental lo acusaron de altanero y hasta de colonialista por decir que Europa es un “jardín” y el resto del mundo una “selva”.

Tal afirmación podría parecer un tanto exagerada; pero lo cierto es que ofendió particularmente a los gobiernos de Irán, de Rusia y de los Emiratos Árabes Unidos. O sea: que igual no iba tan desencaminado el diplomático catalán.

Por más que los políticos se parezcan en cualquier parte, no es menos cierto que en Europa –quizá escarmentada por payasos sangrientos como Mussolini y Hitler– se valoran las formas tanto o más que el fondo de los discursos.

No es que por acá falten fanáticos, desde luego; pero raramente dan voces o recurren al Diccionario Secreto de Cela para expresarse. Con sus Trump y sus Milei, la democracia es mucho más entretenida en las Américas.

Suscríbete para seguir leyendo