Opinión | el correo americano

Discriminación positiva

El excandidato republicano a la presidencia Vivek Ramaswamy y la comentarista conservadora Ann Coulter mantuvieron estos días una conversación. Coulter está de acuerdo con Ramaswamy en muchos asuntos. En sus propias palabras, Ramaswamy fue el político que mejor representó sus ideas en las primarias. Ella cree, además, que el joven empresario, de quien dice ser una fan, es una persona brillante y elocuente. “Pero nunca votaría por ti porque eres indio”, le dijo (él nació en Estados Unidos, pero sus padres emigraron de la India).

Este fue un momento extraordinario, no solo porque Coulter dijo lo que algunos probablemente piensan y no dicen en voz alta, sino porque Ramaswamy, tomando el comentario como un simple punto de discrepancia política, como si se tratara de una reforma educativa o de los subsidios agrícolas (“en eso no estamos de acuerdo”, replicó con cordialidad), continuó la charla sin darle demasiada importancia, enfocándose en aquello en lo que sí coincidían. Ramaswamy, como Coulter, también tiene la convicción de que Estados Unidos está padeciendo una crisis de identidad nacional, causada en buena medida por la inmigración (legal e ilegal), y que la adquisición de ciudadanía requiere una serie de lealtades que trascienden los derechos y deberes fundamentales (asumir una visión determinada de los Estados Unidos y su historia). Coulter, sin embargo, piensa que el presidente ha de ser blanco, anglosajón y protestante.

Es verdad que Ramaswamy y Coulter tienen una ideología similar: son muy de derechas. Pero, para ella, él no es lo suficientemente americano. Este no es un asunto menor. Al fin y al cabo, se le está denegando la identidad estadounidense a alguien que hizo campaña autoproclamándose protector de sus esencias. Ramaswamy cabalgó la xenofobia con una elegancia problemática; intentó convencerla de que él, patriota orgulloso y leal, es digno de ser invitado a la mesa (Coulter, con condescendencia y entre risas, le dijo que, como siguiera hablando así, al final acabaría votándolo). El problema es que, al aceptar ese argumento como válido (ser estadounidense es una cuestión étnica), Ramaswamy asumía también la categoría de ciudadano de segunda clase que su interlocutora tan educadamente le otorgaba.

Coulter, por supuesto, es solo una comentarista. Pero puede que muchos en el Partido Republicano compartan su postura y aprecien “el valor” que tuvo para desafiar la corrección política, que en esta ocasión se confunde con el respeto por lo que dice la Constitución, la cual no demanda ningún tipo de linaje o raza específica para ser presidente. Lo curioso es que Ramaswamy se hizo famoso por combatir con ferocidad las políticas de diversidad e inclusión promovidas por la izquierda. No parece tener ningún problema, sin embargo, a la hora de tolerar la discriminación positiva que Coulter anhela para el puesto que él aspiraba ocupar.

Ramaswamy quiere seguir dando la batalla cultural en el lado de quienes jamás lo considerarán como uno de los suyos; su apoyo a la causa de la derecha nativista sirve como coartada para todos esos que dicen no ser racistas pero solo quieren a los blancos en el poder. Ramaswamy, según Coulter, lo tiene casi todo, salvo el árbol genealógico, la religión y el color de piel. Pero lo que a él le irrita es el “victimismo” de las minorías que insisten en denunciar la desigualdad… Es un nacionalista, dice. Capaz de defender un proyecto de país junto con aquellos que no lo ven totalmente puro como para liderarlo. Aunque le agradecen, eso sí, los servicios prestados.