Opinión

La mano oculta de Napoleón

He “heredado” de mi padre el gesto de introducir la mano derecha en la chaqueta abrochada, dejándola descansar sobre el botón de cierre de ambas solapas; o sea, al modo napoleónico. Es un gesto inconsciente del que no sé, a ciencia cierta, si obedece a pura comodidad o a no saber qué hacer con las manos, sobre todo cuando me apunta el objetivo de una cámara fotográfica. No acabo de entender el empeño de algunos fotógrafos en pedir al retratado que sonría –aunque acabe de hacer la declaración de la renta– mientras se desentienden de cómo y dónde haya de colocar las manos, con incomprensible desconocimiento de su fuerza expresiva. No es lo mismo, por ejemplo, mostrarse con los brazos cruzados que con las manos en los bolsillos.

Ha de observarse que en los retratos de los grandes hombres la colocación de las manos es objeto de especial cuidado; y es lógico porque las manos tienen su propio lenguaje, como los abanicos o las flores. Y los pintores, los buenos retratistas, lo saben. Recuérdese, por ejemplo, el conocido cuadro de El caballero de la mano en el pecho del Greco, retrato que también es conocido como El juramento del caballero, porque se entiende que la posición de la mano derecha sobre el pecho, a la altura del corazón, corresponde al ritual del juramento. Para algunos, esta idea vendría reforzada por la exhibición de la espada desenvainada y con la empuñadura elevada, próxima a la mano que reposa sobre el pecho, de modo que podría ser un complemento gestual y solemne del juramento. También se ha dicho que la colocación de la mano próxima al corazón podría ser expresión de entrega franca, sentido del honor y nobleza de espíritu. Y, en fin, para otros aquel sería, simplemente, una muestra de refinamiento y buen gusto en el posar. La misma disposición de la mano en el pecho la encontramos en un conocido retrato de Balzac, que sería luego emulado por un jovencísimo Ortega y Gasset retratado en igual actitud.

Creo que, en la iconografía pictórica, es más frecuente la posición de la mano unos centímetros más abajo. Se trata de un gesto que identificamos con Napoleón, acostumbrados a verle retratado con la mano derecha oculta, metida en el chaleco, entre unos botones desabrochados, a la altura del estómago. Aunque son varios los cuadros en los que Napoleón aparece con tal gesto, quizá el más conocido sea el Retrato de Napoleón en su gabinete de trabajo, obra de su pintor oficial, Jacques-Louis David. La disposición de la mano derecha, oculta en una abertura del chaleco, ha dado lugar a conjeturas varias de entre las que destaca la que apunta a la idea de un padecimiento gástrico que le hacía llevar su mano a la zona del dolor con la que ejercería presión para amortiguarlo. Aunque murió de un cáncer de estómago, es lo cierto que nada tiene que ver el ademán de sus retratos con hipotéticos sufrimientos gástricos.

Es de advertir que el mismo gesto napoleónico se repite en otros retratos de grandes personajes; véanse, por ejemplo, los de George Washington, Abraham Lincoln, Simón Bolívar, Duque de Wellington, Pizarro, el Marqués de La Fayette, Marx, Nietzsche y otros. Nadie ha dicho que tan renombrados personajes fueran víctimas de padecimientos de estómago tales que precisasen de la presión o del calor paliativo de su augusta mano. Es evidente que se trataba de un modo de hacer posar a los modelos retratados en los siglos XVIII y XIX porque el resguardar la mano dentro del chaleco se tenía por ademán de refinada elegancia. Es muy ilustrativo acudir al libro de la época, del que es autor Francis Nivelon, The rudiments of genteel behaviour (“Los rudimentos del comportamiento distinguido”, de 1737). Es esta una obra curiosa y simpática. En las páginas situadas a la izquierda (no están numeradas), las que corresponderían al número par, figura el texto que explica los modos y maneras de aparecer elegante y distinguido, y en las contiguas de la derecha, el dibujo del caballero o dama que da forma gráfica a aquellas indicaciones. Allí se contienen normas sobre el modo de caminar, de saludar, o de ejecutar la inclinación adecuada para hacer una reverencia, etc. En lo que aquí nos interesa, hay sendas páginas –texto y estampa– dedicadas a la elegancia estática que corresponde al modo de posar de pie (standing), y es ahí donde Nivelon va refiriendo con todo detalle la posición de la cabeza, erguida y ligeramente vuelta, la de los labios, cerrados en la medida justa que mantenga la regularidad de las facciones, la de los brazos, con una caída natural, no pegados al costado, y con una flexión del codo, a la distancia debida, que permita que la mano derecha se apoye en el chaleco; toda otra posición distinta resultará, según Nivelon, poco convincente y no agradable.

Es lógico pensar que este canon de elegancia era el que guiaba a los pintores a la hora de componer sus retratos. He ahí, entonces, el origen de la mano metida en el chaleco con el que aparecían Napoleón y otros prohombres. Era el posado que transmitía aplomo y refinamiento, entereza y distinción.

Y mi padre y yo sin saber que lo sencillamente cómodo era a la vez distinguido.

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