Opinión

Quién paga los pactos rotos

Hace ya unos cuantos años un personaje del mundo artístico por entonces famosete me plantó seis veces en un día. No una, no dos. No tres. Seis. Me citaba a tal hora para una entrevista (telefónica, menos mal) y a tal hora no respondía. Me llamaba compungido (o eso parecía por la voz) y me daba una disculpa ("ya sabes, estos de televisión siempre lo alargan todo") y me prometía que me llamaría en una hora. Pasaba la hora y uno esperaba la llamada pacientemente. Y nada. Para nada. Mensaje al canto. Nueva disculpa (un incidente de tráfico, vaya) y nueva cita dos horas después. Tic tac. Tac tic. Ni rastro de él. Llamada compungida (o eso parecía por...), un asunto familiar ineludible. Vaya. Vale. Bueno. Otra cita. Otro plantón. Otra vez compungido (o eso parecía...). ¿Otra cita?

Palabra que a las siete te llamo, prometió. No llamó, no llamé. Venga, vale, admitamos que no habrá entrevista. Gajes del oficio. Cuando comenté con algunos compañeros lo sucedido solo les faltó reírse en mi cara. Qué ingenuo, qué iluso, quién te manda. Ese hombre miente más que habla.

"Creerse las mentiras propias puede ser una forma de autodefensa, vale, pero no debería causar daños colaterales"

Lo gracioso del (ni) caso –¿no te pasa que muchas cosas que antes te parecían muy graves hoy te resultan graciosas?– es que estoy seguro de que el hombre no lo hacía a propósito, realmente quería ser puntual, cumplir con su palabra, quedar bien con los demás, pero algo en su interior se rebelaba o se revelaba contra las ataduras de la agenda impuesta. Y triunfaba la descortesía sobre la buena educación. Nadie está a salvo de la tentación de autoengañarse y someterse a las reglas de la simulación. Promesas que no se cumplen, compromisos que se olvidan, relaciones que desfallecen, lazos que se corrompen, citas que se olvidan: la vida permite apagar a plazos intereses que no valoras en su justa medida. Creerse las mentiras propias puede ser una forma de autodefensa, vale, pero no debería causar daños colaterales. Nadie tiene derecho a exigir que los demás paguen tus pactos rotos.

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