Opinión | EDITORIAL opinion@farodevigo.es

8-M: mucho camino por recorrer

Una joven, durante una manifestación del 8-M.

Una joven, durante una manifestación del 8-M. / J. I. Roncoroni/Efe

Las conmemoraciones ofrecen con frecuencia una doble cara. Por un lado, la reivindicación sincera, el compromiso con una batalla que continuará al día siguiente. Por otro, la de una escenificación, ya saben, la reunión de una multitud con la parafernalia propia de la ocasión –gritos, proclamas, caras pintadas, pancartas y hasta batukada– y misión cumplida. El resto del año los ciudadanos nos dedicamos a lidiar con nuestras pequeñas cosas, con la vida real. Una forma sencilla, barata, incluso festiva, de limpiar nuestras conciencias.

Estaríamos, en el segundo caso, ante la movilización devenida en espectáculo. Un espectáculo inmortalizado en miles de selfis colgados en las redes sociales, para dejar constancia de que uno estuvo ahí, al pie del cañón, dando la cara... Un espectáculo en un mundo en el que el límite entre lo real y lo virtual es cada vez más difuso. En este fenómeno de teatralización, incluso frivolización de las lacras sociales, los medios de comunicación tenemos nuestra cuota de responsabilidad. Empecemos por entonar, pues, nuestro particular mea culpa.

El riesgo es normalizar el 8-M como una protesta más del voluminoso calendario de reivindicaciones (¿cuál toca mañana?) Si fuese así, el efecto sería demoledor. Porque en 2024 sigue habiendo poco que celebrar y mucho que trabajar en pos de una igualdad real entre hombres y mujeres.

Es tan innegable que ha habido avances como que el camino por recorrer es más largo que el ya recorrido. Las conquistas –en el terreno laboral, social o sanitario– permiten reforzar la confianza, incluso la esperanza, de que una sociedad justa, libre e igualitaria es posible. Una sociedad que se cimente sobre la igualdad de oportunidades, y en la que ni el sexo ni el color ni el poder adquisitivo, la extracción social o el lugar de nacimiento sean factores determinantes en el desarrollo personal o la promoción profesional. ¿Estamos realmente cerca de esa sociedad? La respuesta es no.

Los hechos, tozudos, nos dicen que la cosecha es manifiestamente mejorable. En primer lugar, en el terreno de la violencia. En 2023 fueron asesinadas 56 mujeres en España, más de una por semana. La tragedia no tiene fin. Todas las medidas adoptadas hasta ahora en el ámbito político, judicial, administrativo o social son insuficientes. Hacen falta más medios, más recursos, como constantemente claman los profesionales que están cada día en primera línea de batalla contra los crímenes machistas.

Además, la violencia, en ocasiones de forma más sutil, contra la mujer se está extendiendo peligrosamente entre nuestros adolescentes, que reproducen modelos anacrónicos, como el del sentimiento de posesión sobre la pareja. Unos modelos que encuentran su mayor caldo de cultivo en las redes sociales incontroladas. Espejos virtuales que proyectan, blanquean y normalizan comportamientos execrables. Por desgracia, el problema está adquiriendo una dimensión alarmante. Una reciente encuesta revelaba que uno de cada cinco jóvenes es más machista que sus abuelos.

El retroceso de la causa es hoy más que una posibilidad. El machismo corre el riesgo de ponerse de moda, como si fuese la ropa vintage que de repente toma las calles. A ello contribuyen de forma vergonzosa aquellos dirigentes políticos que han hecho del negacionismo su particular bandera de enganche. La polarización les da alas.

En el terreno laboral debemos ser más ambiciosos. Es injustificable que la inmensa mayoría de los mejores expedientes universitarios lleven nombres de mujer y que esa hegemonía no se traslade en una proporción similar al conjunto de la economía y la sociedad. Si los mejores graduados de la UVigo son chicas –un 80%–, ¿no deberían estar ellas representadas en un porcentaje similar en los ámbitos de decisión?

Por múltiples razones, las mujeres siguen siendo el eslabón frágil de la economía: la mayor tasa de paro es femenina y el empleo temporal y los peores salarios... Algo se sigue haciendo mal. Incomprensiblemente esta discriminación de la trabajadora también suele darse cuando la jefa es una mujer. La sororidad no está calando en las cúpulas de poder.

Pero la equiparación será más difícil si el movimiento feminista se afana en su división. Una fractura que tiene más que ver con quién lidera el proceso que sobre el fondo de las cuestiones que se reivindican, más allá de las legítimas diferencias. Esta división dinamita el sentido y los fines de una reivindicación que necesita más unidad y menos egos. Y lamina el patrimonio moral y el respeto que atesora la causa.

“La igualdad real será más difícil si el movimiento feminista se afana en una división que tiene que ver con quién lidera el proceso. Se necesita más unidad y constancia y menos egos”

Si el asunto no fuese tan serio, al escuchar a portavoces de una u otra facción feminista arrogándose la autenticidad del movimiento, nos sobreviene la desternillante secuencia de La vida de Bryan. En ella los protagonistas se enzarzan al grito de “¡disidentes!” sobre cuál es el grupo libertador más auténtico, si el Frente Judaico Popular, el Frente Popular de Judea o el Frente del Pueblo Judaico.

Finalmente, la fractura feminista reaviva pulsiones en la dirección opuesta. Un estudio del CIS nos advertía de que casi la mitad de los hombres consultados consideraba que la reivindicación feminista había llegado demasiado lejos y que eran ellos, los hombres, los que se sentían hoy damnificados.

Cuando queda tanto por hacer –y ciertamente algunas cosas que ya poder celebrar– es un sinsentido que líderes feministas se entreguen con tanto ardor guerrero a erosionar las bases de un movimiento clave en la erradicación de una cultura machista inoculada en nuestro ADN. Por fortuna, ajenas al ruido de estos egos, miles de mujeres –y cada vez más hombres– trabajan con discreción y fe inquebrantable por construir una sociedad mejor. Para este colectivo, tan valioso como anónimo, todos los días son 8-M.