Guerras cercanas, empatías lejanas

Bernard Duran

Bernard Duran

En Lo que el viento se llevó, Margaret Mitchell describe muy ilustrativamente la alegría con la que los jóvenes sureños recibieron la declaración de guerra y cómo tiempo después ese inicial alborozo se iba transformando en una gran sombra de dolor y angustia que se extiende durante la mayor parte de la historia y que en la película de Victor Fleming queda magníficamente retratado en el hospital de Atlanta. Es, por desgracia, tónica habitual en la mayor parte de las guerras. Así, al principio de la ilegal invasión rusa de Ucrania, miles de jóvenes acudieron como voluntarios a alistarse. Dos años más tarde, no solo no hay voluntarios, sino que muchos, tanto en Rusia como en Ucrania, han decidido huir al extranjero antes que ser llamados al frente. La edad media del combatiente ucraniano actual es de alrededor de 43 años.

Es muy sorprendente que pese a todo lo avanzado en campos como el de los derechos humanos, cuando ya llevamos casi un cuarto del siglo XXI, seamos testigos de dos guerras muy cercanas. La de Ucrania y la de Gaza. Se trata, por supuesto, de dos conflictos muy complejos, muy diferentes, pero ambos con un riesgo evidente de escalada.

Dicen que, durante la crisis de los misiles en Cuba, JFK tenía como libro de cabecera el magnífico ensayo de Barbara Tuchman, Los cañones de agosto, en el que se narra, con todo lujo de detalles, cómo las distintas potencias de la época se acabaron involucrando en una guerra que en realidad a nadie interesaba y que nadie quería. El atentado del archiduque y heredero del imperio austro-húngaro Francisco Fernando y su esposa en Sarajevo fue el detonante, pero las condiciones que llevaron a la gran guerra eran previas y la falta de voluntad política posterior para impedirla resultaron muy obvias. Las naciones que participaron pagarían un altísimo coste en vidas humanas y los excesivamente humillantes acuerdos de paz posteriores supusieron un final en falso y las simientes para el fracaso de la República de Weimar y una nueva conflagración mundial, más mortífera y cruel que la anterior.

Una de las frases célebres que se le atribuyen a Einstein es en la que señala que “solo hay dos cosas infinitas, el universo y la estupidez humana, y no estoy muy seguro de la primera”. Teniendo eso en cuenta, con estos antecedentes y con el imparable proceso de rearme en el que nos hemos embarcado, más algunas declaraciones temerarias de algunos líderes de aquí y de allá no es para estar muy tranquilos.

Pero, riesgo de escalada aparte, hay otro asunto que me llama poderosamente la atención, independientemente de quienes tengan más responsabilidad en el inicio de estos conflictos y la evolución de los mismos y es el enorme drama humanitario que están provocando. A los 1.200 israelíes asesinados en el brutal ataque de Hamas el pasado 7 de octubre ha seguido una guerra en Gaza y una respuesta, a todas luces desproporcionada, que según algunas fuentes habría costado la vida a unas 30.000 personas.

En Ucrania, tras más de dos años de guerra las cosas son igualmente dramáticas. Algunas fuentes estadounidenses hablan de 350.000 ucranianos muertos o heridos. Sobre las cifras rusas existe un absoluto mutismo, pero no es descartable que sean semejantes o incluso superiores. En este conflicto, Rusia se esta dejando casi media generación de ciudadanos y Ucrania generación y media. Si además se tienen en cuenta los gravísimos problemas demográficos de estas dos naciones, el drama es aún mayor.

"Independientemente de cómo los líderes occidentales estén gestionando estos conflictos, llama la atención que no exista un mayor clamor para parar esta barbarie"

Resulta curioso, y en cierta medida triste, cómo nos hemos acostumbrado a vivir con esta situación. Cada persona que fallece en uno u otro conflicto es un enorme drama. Si intentamos ser empáticos podríamos ver a cada caído como un hijo, un hermano o un familiar cercano, alguien que dejará a una familia desgarrada y traumatizada el resto de su vida o podemos meternos en la piel del soldado o el civil al que un misil o una bomba le vuela un brazo o lo deja anclado en una silla de ruedas para los restos. No pretendo ser demasiado trágico o escribir un artículo más propio la prensa inglesa menos seria, sino, simplemente, despertar ese esfuerzo de empatía, porque independientemente de cómo los líderes occidentales estén gestionando estos conflictos, llama la atención que no exista un mayor clamor, por parte de la opinión pública, para parar esta barbarie. Como señalaba antes, son conflictos que tienen soluciones muy complejas, pero, independientemente de ello, las presiones de uno y otro lado deberían ir encaminadas a conseguir un alto el fuego y negociar la búsqueda de soluciones. Es difícil, pero no es imposible. En el fondo se supone que occidente esta defendiendo una serie de valores y principios básicos, la razón por la cual algunos pareciesen querer ir más allá de lo razonable, sin plantearse que el principio más importante es la defensa de la vida. Esa, pienso, debería ser la principal prioridad, porque, además, de lo contrario podríamos volver a repetir errores del pasado, con la diferencia que ahora existen armas mucho más letales, aunque en estupidez no parece que hayamos mejorado mucho. Hoy en día muchos científicos creen que el universo podría ser finito. Esperemos que lo otro también.

Suscríbete para seguir leyendo