Crónicas galantes

Éxito y derrumbe de la socialdemocracia

Ánxel Vence

Ánxel Vence

No faltó quien atribuyese el hundimiento del PSOE en Galicia (que siempre es preludio de España) a la presencia de José Luis (R.) Zapatero, que padece fama de gafe; pero las causas son varias y seguramente van más allá de la superstición. Por raro que parezca, el declive de la socialdemocracia en Europa y en el mundo en general se debe precisamente a su anterior éxito.

Los programas socialistas se han cumplido hasta tal punto que nadie cuestiona ya el derecho a la sanidad y la educación gratuitas –es decir: pagadas a escote– o los subsidios a la parte más desfavorecida de la población. Salvo cuestiones de matiz, los conservadores han asumido como propias esas conquistas; y no hay noticia de que las hayan revertido tras llegar al poder. La Europa liberal es igualmente socialdemócrata.

Fácilmente se entiende, por tanto, la dificultad de ofrecer al elector lo que ya tiene. De ahí que los socialdemócratas –y la izquierda, en general– hayan buscado nuevos alicientes para su electorado en la ecología, el feminismo, los derechos de las minorías y la causa LGTBI. Son, por así decirlo, su proletariado suplente.

Pero tampoco eso basta. La parte más razonable y mayoritaria de la derecha asume también esas causas, si bien con mucho menor entusiasmo.

El partido ganador de las elecciones gallegas, por poner un ejemplo próximo, no dudó en ofrecer transporte gratuito a jóvenes y ancianos, mejora de sueldos al personal de la sanidad pública, gratuidad en las escuelas infantiles y eliminación de tasas en la primera matrícula en la Universidad. Pública, por supuesto.

“Ya resulta complicado distinguir entre los programas de izquierda y derecha”

La consecuencia lógica de todo ello es que ya resulta complicado distinguir entre los programas de izquierda y derecha, una vez que todo el mundo se ha hecho socialdemócrata en la práctica.

La izquierda moderada del Primer Mundo ha tenido tanto éxito que ya no puede sino fracasar. Probablemente eso explique la desaparición de los partidos socialistas en Francia, Italia o Grecia; y su progresivo declive en la mayoría de los países europeos, incluyendo sus viejos feudos de Escandinavia.

Resisten, con dificultades, en la Península Ibérica, Alemania y algunos –pocos– países del Este; pero ya son clara minoría. El único de izquierda neta es, curiosamente, el que ejerce el gobierno en España, si bien el partido socialdemócrata en el poder apenas controla dos o tres de las diecisiete comunidades autónomas.

Que Pedro Sánchez lleve casi seis años en el poder podría dar una impresión algo engañosa. Lo cierto es que su partido se mueve en cifras más bien modestas de votantes; y solo el notable talento negociador del presidente le ha permitido seguir en el cargo. A cambio de asumir, por supuesto, no pequeñas partes del programa de sus aliados nacionalistas y de la izquierda ‘vintage’.

La socialdemocracia, que tanto ayudó a construir la actual Europa, podría estar muriendo de éxito en los países desarrollados. Una vez que su proyecto ha pasado a formar parte de la vida cotidiana de los ciudadanos, poco es lo que puede ofrecer de nuevo para atraer su voto. Prometer a los electores lo que ya tienen es tarea más bien inútil que conduce inevitablemente a la melancolía. No por ello hay que regatearles su pasado éxito, que es, por extraño que parezca, la raíz de su actual fracaso.

Suscríbete para seguir leyendo