Las cuentas de la vida

La política en mayúscula

Los debates estériles de la política pequeña oscurecen las urgentes necesidades de una política en mayúscula

Daniel Capó

Daniel Capó

Se cumplen dos años de la guerra de Ucrania con la mayor ofensiva rusa desde el inicio del conflicto. La superioridad del Kremlin se mide precisamente por el debilitamiento del apoyo occidental a Kiev. Tras la invasión, la pronta reacción europea –que puso en marcha una batería de sanciones económicas, políticas y de transferencias tecnológicas, intentando así quebrar la estabilidad social de Rusia– suscitó la falsa impresión de que la suerte de Putin estaba echada. Casi de inmediato, se empezó a hablar del aislamiento internacional al que estaba sometido Moscú; sin embargo, la realidad se encargó pronto de contradecir los mensajes emitidos por las cancillerías europeas. Un columnista de “The New York Times” ironizó entonces acerca de una posibilidad inversa, a saber: de que fuera Occidente el que se quedara aislado. Podía parecer una boutade, pero no lo es. No del todo, quiero decir. Dos años más tarde, lo hemos comprobado.

No es solo China, por supuesto; aunque sobre todo es China. La coyuntura internacional nos ofrece pistas interesantes. La principal sugiere que el apoyo de Beijing a Rusia se sustenta sobre la crisis interna que vive el régimen comunista, de carácter eminentemente económico. El liderazgo de Xi Jinping se ha endurecido a medida que su voluntad imperial se ha visto obstaculizada por una profunda ralentización del crecimiento. La pésima gestión de la pandemia del COVID-19 no solo introdujo sucesivas oleadas de inflación global y alteró significativamente el flujo del comercio internacional, sino que transformó la imagen internacional de China; en muchos sentidos, a peor. Salió a la luz, por ejemplo, la tecnocracia que rige en el país y que tiene mucho de experimento totalitario. Endureció también el perfil de su líder, Xi Jinping, que no oculta ya sus veleidades imperialistas. Lógicamente, la zona de interés no es en su caso el este de Europa ni la orilla atlántica, sino el Pacífico, con un primer epicentro en Taiwán, la antigua Formosa. No parece creíble que la China actual se atreva a invadirla, aunque no sería la primera vez que las dificultades internas tengan una traducción exterior; pero sí que, con el apoyo en determinados conflictos externos –del Oriente Próximo al Donetsk–, el gigante asiático consiga debilitar la posición hegemónica de los Estados Unidos en el contexto mundial. Al desplazar las contiendas hacia el oeste, China libera presión en su propia área de influencia y con eso gana tiempo para recuperar el pulso y poner en orden su economía. No es un escenario muy distinto al que enfrenta la Unión Europea, aquejada de esclerosis burocrática, de un severo invierno demográfico y de un retraso significativo en sectores punteros de la nueva economía. Xi Jinping necesita tiempo para consolidar sus reformas y sanear las dificultades industriales y financieras internas. Y los conflictos internacionales le permiten ganar ese tiempo sin disminuir el peso ni la influencia de Beijing.

Mario Draghi, por su parte, ha lanzado una propuesta que busca situar de nuevo a la UE en el mapa global. Sugiere la necesidad urgente de realizar inversiones masivas en tecnologías verdes innovadoras, en defensa –¿cuánto tiempo más durará el paraguas estadounidense?– y en digitalización, si no queremos quedarnos definitivamente atrás en la carrera de la globalización. Gastar mucho, rápido y bien es su fórmula contra la parálisis europea, mientras Rusia amenaza las fronteras de la OTAN y Ucrania a duras penas defiende sus líneas Maginot. Los debates estériles de la política pequeña oscurecen las urgentes necesidades de una política en mayúscula.

@danicapoblog

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