Con lo bien que iba todo

Globalización

Grandezas y miserias de la interconexión mundial

Santiago Romero

Vengo de Holanda, que muy bien de puentes y canales, y todo el mundo en bicicleta de aquí para allá, no sin cierto peligro. El caso es que hubo un momento en el que sentí que la vieja idea del teletransporte se había hecho realidad. Doblo una esquina y de pronto no sé si estoy en la calle del Príncipe de Vigo, en la calle Real de A Coruña o en Fuencarral en Madrid, y solo la extraña forma de hablar de esta gente me confirma que es Kalverstraat, en Ámsterdam. Esto es la globalización, amigos, la misma camisa hecha en Arteixo la tiene Gerard Van Guert de Róterdam que Suso Outeiriño de A Rúa/Petín, y los mismos gayumbos de Calvin Klein.

Como todo en la vida, la globalización tiene sus grandezas y sus miserias. Vale que supone una mayor interconexión entre ciudadanos del mundo, que ganamos en diversidad cultural, en acceso a la información y en crecimiento económico, pero no es menos cierto que ese crecimiento supone mayor desigualdad, que esa diversidad cultural supone pérdida de identidad, y que esa fluidez en las conexiones facilita la propagación de enfermedades.

Qué se le va a hacer. Pero hay un precio que a mí me cuesta pagar: la comida tiende a igualarse por abajo, comemos lo mismo en París que en Dos Hermanas y en ambos sitios comemos mal. Cada vez son más los restaurantes de comida industrial semipreparada freír y servir, hablo de las gyozas y los langostinos del palito con la mayonesa de botecito.

Ya puestos a globalizarnos propongo hacerlo bien. Hagamos un esfuerzo tecnológico e incluyamos el antes mencionado teletransporte entre los servicios que las grandes cadenas ofrecen al cliente, de modo que podamos entrar en el probador del Zara de Sevilla y salir en el HM de Viena, o en el baño del McDonalds de León y salir en el KFC de Bergen, Noruega, si lo hubiere. No creo que guste esta idea en el gremio de los agentes de viajes pero –chico– es el coste del progreso.

También te digo que ir a Ámsterdam y pensar en globalización es nombrar a la bicha, porque a juzgar por el olor a marihuana en cada esquina, de globos van bien servidos.

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