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El urgente reseteo del socialismo gallego

El candidato socialista, José Ramón Gómez Besteiro, en un acto de campaña del 18-F.

El candidato socialista, José Ramón Gómez Besteiro, en un acto de campaña del 18-F. / Álvaro Ballesteros / Europa Press

Han tenido que darse un batacazo de dimensiones históricas para admitir que algo están haciendo mal. Pese a que su trayectoria declinante hubiese comenzado hace 15 años, justo después de que Emilio Pérez Touriño renunciase obligado desde Ferraz tras no revalidar la Xunta y pese a que el Partido Socialista de Galicia (PSdeG) no hubiese cedido ni un diputado (el fin del bipartito lo provocó la pérdida de un escaño del Bloque). “La cúpula socialista lo despidió con frialdad”, reseñaban los cronistas del guillotinazo.

Así que el origen del desastre en el que vive hoy sumido el socialismo gallego tiene fecha: 2 de marzo 2009. Desde entonces, prácticamente todas las decisiones que han tomado han ido en la dirección equivocada. Los gallegos se lo han venido advirtiendo elección autonómica tras elección autonómica. Los datos son demoledores: en 2012 bajaron a18 diputados; en 2016, a 14 y ya cayeron a la tercera fuerza parlamentaria tras empatar con la extinta AGE; en 2020, los mismos 14 pero cinco menos que el BNG; y ahora, en 2024, nueve.

Cuatro comicios con cuatro líderes diferentes de cuatro provincias distintas: Pachi Vázquez (Ourense), Xoaquín Fernández Leiceaga (A Coruña), Gonzalo Caballero (Pontevedra) y José Ramón Gómez Besteiro (Lugo). Examinada la trayectoria, ser candidato del PSdeG es una ocupación de altísimo riesgo. Las probabilidades de sobrevivir políticamente a la experiencia son exiguas. Al menos hasta ahora.

Sin embargo, el resultado del 18 de febrero eleva hasta extremos inimaginables la magnitud de la desconexión entre la propuesta del PSdeG y sus ciudadanos. Incredulidad, estupor, pánico y rubor. Estas fueron las reacciones de notables dirigentes socialistas a medida que se conocía el recuento. Lo que parecía imposible –bajar de diez escaños– se convirtió en realidad. Para mayor escarnio, su adversario por la izquierda, el BNG, que hace ocho años solo contaba con seis diputados crecía hasta 25. La peor de las pesadillas.

Pese a que una parte nada desdeñable de esta desfeita hay que apuntársela a la dirección nacional, esta reaccionó con una incomprensible desafección. Lo que ocurre en Galicia se queda en Galicia. O sea, problema de Besteiro y del PSdeG. Los efectos de la debacle no habían traspasado el Padornelo y el hiperliderazgo de Pedro Sánchez, el padrino de Besteiro, seguía inmaculado. Autocrítica cero.

Junto a esa desidia, desde la madrileña calle Ferraz, sede del PSOE, se exponía que el problema de fondo del socialismo gallego radicaba en algo tan sencillo como que no había un liderazgo sólido. Y ese diagnóstico salía de la boca de los mismos –ellos y sus predecesores– que han ido cambiando cabezas de cartel como si fuesen cromos de futbolistas. Otros dirigentes estatales, cráneos privilegiados en jerga valleinclanesca, argüían que los gallegos progresistas habían dado su apoyo al BNG al creer que encarnaba mejor el cambio en la Xunta. Por eso el objetivo ahora pasa por recuperar la confianza y los votos perdidos. ¿Cómo? Bueno, de eso todavía no se le ha escuchado decir gran cosa a la intelligentsia ferracense. Al asistir a diagnósticos de este calibre se entiende mucho mejor la deriva del socialismo gallego.

Tras el siniestro del 18-F, porque lo ocurrido es más bien propio de las páginas de sucesos que de las de política, el PSdeG necesita imperiosamente resetearse, poner el reloj a cero, entender qué ha hecho mal para enderezar un rumbo que les está llevando inexorablemente hacia la irrelevancia, o sea, hacia la nada.

Entre los múltiples problemas que deberá resolver hay varios de especial enjundia. El primero es recuperar el crédito con un proyecto propio, definido, no sujeto a las contingencias o intereses madrileños, que se exprese en un programa (¿cómo es posible que el PSdeG hubiese acudido a las elecciones sin un programa mínimo?), que tenga una idea clara de país. Los gallegos aún hoy no saben qué defiende el PSdeG. Dónde está y adónde nos quiere llevar.

Segundo, debe tejer una estructura de partido sólida, coordinada, jerarquizada, en la que los diferentes referentes territoriales (alcaldes y presidentes de diputación) sean escuchados y participen, pero que también acaten con lealtad y compromiso el principio de autoridad.

Y tercero, necesitan un liderazgo creíble, fiable, convencido de sus posibilidades y que transmita confianza. Respetado, pero que se gane ese respeto. No un líder de moqueta y despacho, un líder de intervención ocasional en el Parlamento o canutazo a los medios. Ana Pontón les ha enseñado el camino: salir a la calle, gastar suela en las aceras de las ciudades, pero también en las corredoiras de las aldeas. Besteiro, al que también le ha faltado tiempo para proyectarse en esta campaña, debe escuchar a los votantes socialistas, pero también a los que no lo son, hoy la inmensa mayoría, nueve de cada diez gallegos.

Sin embargo, todo esto será insuficiente si no se da una condición previa: liberarse de la tutela de Ferraz. El PSdeG solo tendrá futuro si es de verdad un PSdeG, es decir de Galicia, y no una sucursal del PSOE. La lealtad a un proyecto nacional no está reñida con la obligación de tener un proyecto propio, gozar de autonomía real. La omnipresencia de Pedro Sánchez y sus ministros –¿a qué vinieron?– durante la campaña ha sido un pesado lastre para Besteiro. Esa embajada madrileña transmitió la imagen de que el socialista era un candidato teledirigido.

“Gómez Besteiro tiene por delante una formidable tarea. Son tantas cosas que hacer que seguramente le asalten dudas de por dónde empezar. La ventaja es que al menos sabe qué dirección tomar: justamente la opuesta a la que el PSdeG ha mantenido en los últimos 15 años”

Así que lejos de adquirir protagonismo, a medida que pasaban los días la figura de Besteiro se fue diluyendo hasta el punto de que primero pareció que el candidato socialista era Sánchez y después que el candidato de Sánchez era Ana Pontón. Esta estrategia casaría con el esfuerzo que ha hecho Sánchez en los últimos años por dulcificar la imagen del nacionalismo (catalán, vasco o gallego), del que siempre ha necesitado sus votos. Cuando se construye el relato de que el nacionalismo (incluso el separatista) no es un adversario, es muy difícil confrontarlo. Así que el PSOE habría decidido sacrificar a Besteiro para defenestrar a Alfonso Rueda y por extensión poner en la picota a Feijóo. Ayudar a que gobierne el Bloque para que no gobernase el PP. El éxito del plan es conocido. Todo un despropósito.

Ahora, cuando el PSdeG está a un paso de precipitarse en el abismo de la insignificancia, Sánchez defiende la construcción de potentes liderazgos territoriales como la receta mágica para recuperar el inmenso terreno perdido. Así que el PSOE renuncia por primera vez a la decapitación pública de su candidato. Besteiro, que seguramente vale mucho más que esos nueve diputados obtenidos, tendrá una segunda oportunidad.

Por delante tiene una tarea hercúlea. Tanto por hacer que seguramente le asalte el temor de por dónde empezar. La ventaja es que al menos sabe cuál es la dirección que debe tomar: justamente la opuesta a la que el PSdeG ha mantenido en los últimos 15 años.