Crónica Política

El dilema

Javier Sánchez de Dios

Javier Sánchez de Dios

Está en marcha todo el aparato político y mediático de que disponen Moncloa, Ferraz y los grupos corales destacados en diferentes puntos de Galicia. El objetivo es convencer no se sabe con claridad a quien, aunque se supone que a los mismos que los rechazaron masivamente el 18-F, de que el dirigente ideal del PSdeG para el presente y el futuro se llama Xosé Ramón Gómez Besteiro. Ya se han oído para justificar esa tesis argumentos que de ningún modo explican cómo se puede compatibilizar el más grande fracaso de la historia democrática de Galicia con el mantenimiento en el liderazgo de la persona que lo dirigió en unos comicios que nadie podrá olvidar en muchos años. Y que ha supuesto la sustitución práctica del socialismo gallego por el nacionalismo.

(Conste que lo que precede no pretende en modo alguno ser una descalificación para la persona del señor Besteiro: es tan solo una opinión personal que se basa en los hechos consumados. Don Xosé Ramón era sin duda un buen candidato –notable en la gestión, honesto en lo personal y con la práctica política debida–, si se hubiera producido a tiempo el nombramiento, y no como ha ocurrido: tarde, mal y arrastro, y por si fuera poco teñido por la apariencia de una orden de la dirección socialista en Madrid. Es posible que quepan muchos matices, pero el olfato popular –en todos los sentidos– vio en el político lucense más un embajador del Gobierno central que un político defensor de los derechos de Galicia. Sobre todo al reclamar los compromisos fallidos).

Ocurre que a un personaje que aspira a presidir la Xunta hay que exigirle, al menos, que su partido, sus bases y militantes respondan. No ha sido el caso del señor Besteiro: una simple interpretación de los resultados obtenidos por el PSdeG demuestra que buena parte de sus bases se quedó en casa el día decisivo o bien optó por el voto de castigo apoyando al BNG. Lo difícil ahora, es convencer a los votantes de que lo que rechazaron hace una semana vayan a admitirlo dentro de un mes, un año o cuatro. Que se sepa, la fórmula para explicar las derrotas no es difícil de conseguir, pero sí lo es –casi imposible– hallar una que justifique una catástrofe. Ese es el caso del reciente candidato, ahora aupado y respaldado por los mismos que lo designaron y convencieron para una estrategia suicida. Políticamente hablando, claro.

En el fondo la cuestión no es tanto de personas, que también, cuanto de almas. Es decir, de elegir y hacerlo bien entre el alma galeguista del PSdeG y la tendencia opuesta del PSOE. Una batalla que casi siempre ha ganado el segundo, quizá con la excepción de los primeros años de la Transición democrática gallega y el período que entre 2005 y 2009 vieron culminar al señor Pérez Touriño un proyecto gallego y para los gallegos. A partir de ahora, ya no será sólo una cuestión de elegir entre una u otra formula, sino de apostar decididamengte por aquella que mejor satisfaga los intereses de este antiguo Reino y la voluntad de sus habitantes. No será una tarea fácil, pero si imprescindible y, sin exagerar, decisiva para el futuro del socialismo.

El dilema, pues, es claro y también clave. Y en ese sentido el PSdeG habrá de tener en cuenta que lograr el objetivo no sólo exigirá relatos de triunfos pasados, sino el acierto a la hora de preparar los que han de venir, si se es leal con la voluntad de sus bases y su cohesión. Han de considerarlo así quienes en Madrid han hecho esta vez aquello que han creído oportuno pero sin atender las decisiones de bastantes de los consultados antes de tomarlas. Hay, o al menos eso parece, una suerte de “excesivo protagonismo” en la presidencia del PSOE actual, una forma de autocracia disimulada en la cual parece que se respeta la voluntad del colectivo, previamente organizado para que diga “amén” a cuanto le ordene el mando. Esa es, a medio y largo plazo, una funesta manía: tarde o temprano erosiona el concepto de “autoridad”, que es muy diferente al más castrense del “ordeno y mando”.