Con lo bien que iba todo

Hipocondría

Santiago Romero

Tengo un amigo hipocondríaco perdido, cree tener toda cuanta enfermedad existe y alguna que sufrirá él por primera vez en el mundo. Tiende a combinar síntomas de dolencias distintas y se queja de molestias en órganos inconexos. Capaz será de tener psoriasis pulmonar o tumores capilares si ve que la cosa cuadra y lo que lee en Google le da la razón, aunque haya que retorcer lo escrito. Yo le recomiendo hacer caso al médico, que es el que sabe, pero él se empeña en hacer búsquedas en internet que le indiquen qué es lo que debe dolerle para tener algo preferiblemente grave. Se puso todas las vacunas posibles contra el COVID, una de cada marca, y pidió al veterinario de su perro si le podía poner la trivalente, porque si le sentaba bien al chucho no podía hacerle mal a él. También ha insistido al dentista para que le extraiga un colmillo con una mala endodoncia relacionada directamente con el dolor de rodilla que le está impidiendo andar.

Se cura milagrosamente –aunque solo de manera temporal– cuando está entretenido con una buena película, un partidito con los amigos o cualquiera de sus múltiples aficiones, para recaer en cuanto acaba la diversión.

–Pero Carlos, tío, ¿de verdad te vale la pena tanta preocupación que siempre acaba en nada?

–Mira qué bulto me ha salido aquí, ¡voy a morir! ¡Ah, no, es el balón!

La cosa es que de tanto observarse minuciosamente, ha reparado en multitud de detalles que –esta vez sí– delatan una enfermedad universal e incurable: empieza a ver mal de lejos, nota el cuerpo más pesado, ha perdido reflejos, percibe cierto descolgamiento muscular, se siente más seguro de sí mismo, no está dispuesto a perder el tiempo con chorradas, se ha pasado a gasoil, le gusta más el vino y menos los destilados, y te da la razón enseguida porque le importa un carallo lo que estás diciendo. Se hace mayor.

Curiosamente, así es la naturaleza, lejos de preocuparse, está haciéndose más sabio y parece que va perdiéndole miedo al brillo de la guadaña.

Hay, sin embargo, algo que es incapaz de dejar aún sabiendo que es lo que de verdad le mata: es del Aleti.

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