Esto no va

José María de Loma

José María de Loma

El ordenador se puso cabezón y no aceptó mi contraseña. Así, de repente, una tarde ocre sin más historia ni afán. Contraseña incorrecta. Una y otra vez. Finalmente, apagado automático, inténtelo de nuevo pasadas unas horas. Se le queda a uno cara de pasmado, de descafeinado, de hombre sin internet ni fuerzas, sin trabajo ni conexión. Sin acceso a sus documentos y fotos, a su trabajo, recuerdos y hasta cuentas y balances. El ordenador es nuestro otro yo, si bien el móvil también lo es, con lo cual los yo o yoes son familia numerosa. O somos.

Uno toca la pantalla por ver si a fuerza de mimos el ordenador se enternece. Repaso el cable, enchufo y desenchufo. Pero ya todo es a ciegas, a tontas y a locas. Un despropósito.

El tiempo va transcurriendo y por la ventana se adivina ya la terca noche, que reclama su sitio, hora y lugar. Y una cañita con aceitunas. Pero uno pierde los nervios y derrama algo de líquido en el teclado, con lo cual el ordenador pareciera enfurecerse aún más. No responde. No va. Repara uno, nunca peor dicho lo de reparar, en su propia fragilidad tecnológica, en su indefensión y en su analfabetismo tecnológico. A lo mejor es que es verdad que he errado con la contraseña. Podría intentar cambiarla. Pero para eso debería arrancar y no arranca. Fundido a negro. La desazón era esto. Peor que cuando en casa se acaban los donuts. Se impone hacer llamadas a la desesperada. Compartir los males es buen consuelo. Mal de muchos, consuelo, consuelo, nada de tonterías ni tontos. El autor del refranero no tenía ordenador. La vida es más feliz si puedes reiniciar. No me gusta que mi ordenador esté como ausente. Lo prefiero como arma cargada de futuro. Un mala tarde la tiene quien quiera. Me parece delicioso que en algunos países hispanos se le llame computadora. Cuanto tienes confianza con tu ordenador como para moverlo lo llamas portátil. A lo mejor nunca lo sacas de casa pero te refieres a él como portátil, me voy a poner un poco con el portátil a ver si acabo los expedientes para Lupiáñez que se está poniendo muy pesadito.

El espejito de mano es la vanidad portátil. En las casas ricas, los portátiles tienen funda también de entretiempo. Mi contraseña favorita eres tú.

Además de “úntame la tostada”, encuentro muy sexy que alguien te dé su contraseña. E intercambiarlas. La contraseña para acceder a algunos corazones es facilona pero para entrar en otros hay que ser analista de la CIA. Y ni por esas. Entrar no significa permanecer. Permanezca atento a su pantalla. Usted que puede, la mía se ha ido al mundo de las sombras. No se ve nada, no sale nada. Un fracaso que se puede traer y llevar. Un ocaso portátil.

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