Sol y sombra

Ruido arbitral

Luis M. Alonso

Luis M. Alonso

Tras la clase política, parece ser el estamento arbitral el que más contribuye a envenenar la conversación pública. En la actualidad y desde hace unos años mal acompañado por la tecnología del VAR, cuyos resultados también se discuten de manera inflamada. Los daños ambientales por la catástrofe arbitral de cada semana no son evidentemente comparables al grave deterioro político. Sin embargo, al igual que sucede entre los partidarios de la izquierda y la derecha, producen una feroz polarización de los forofos cuando no hay nada decidido del campeonato, pero se halla más despejado para unos que para otros.

El VAR intervino el pasado domingo de modo aparatoso, aunque menos injusto de lo que se comenta, para corregir tres decisiones erróneas del árbitro que no vio una falta previa a una mano clara en el área, tampoco señalada inicialmente en el partido que enfrentó al Real Madrid y al Almería en el Santiago Bernabéu. Lo hizo más tarde para anular un gol del equipo visitante precedido de otra falta que el colegiado en el lugar donde se originó la jugada tampoco vio. Y una tercera para dar validez a otro tanto marcado con el hombro por Vinicius, cuando el trencilla había pitado anteriormente mano del jugador madridista.

“El error humano existe y la tecnología irrumpió tres veces de manera decisiva para remediarlo”

No se habría producido semejante ruido si el árbitro hubiera acertado en un primer momento. Pero existe el error humano y la tecnología irrumpió tres veces de manera decisiva para intentar remediarlo, curiosamente hasta hacer sospechoso su concurso. No es la primera vez que pasa: en la temporada anterior, el VAR le anuló al Madrid tres goles por fuera de juego en un mismo partido contra el Elche, y al Nápoles, en Italia, el videoarbitraje le privó de cuatro. Estas cosas ocurren. En cambio, Joan Laporta, presidente del Barça, club rival del Madrid que durante 17 años pagó 7,5 millones al vicepresidente de los árbitros, no piensa lo mismo y lo considera una vergüenza. Dice que la competición está adulterada. No se puede tener la cara más dura.

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