Crónica Política

Lo medible

Javier Sánchez de Dios

Javier Sánchez de Dios

Desde que alguien resumió la respuesta a las dudas diciendo que “lo medible no es opinable” –quizá demasiado contundente, es verdad– hay afirmaciones que debieran meditarse más antes de pronunciarse. En concreto las de no pocos políticos, y de forma especial en periodos electorales. Entre otras razones porque así contribuirían más y mejor al fortalecimiento y credibilidad de un sistema que necesita una imagen especialmente sólida. Y la campaña electoral en marcha ya debería, al menos en opinión personal, tener muy en cuenta aquella afirmación para no convertirse en una guerra dialéctica a base de inexactitudes, cuando no de falsedades.

(No está de más una observación. No se trata de cargar contra las campañas electorales –o las precampañas–, sino para subrayar una vez más que sus protagonistas debieran exponer los hechos –quienes gobiernan– y los incumplimientos aquellos que buscan sustituirlos. Pero desde la objetividad, siquiera para hacer que se olvide aquella afirmación de un hombre ilustre, fundador del PSP –Partido Socialista Popular– y alcalde de Madrid, Tierno Galván. Porque fue don Enrique quien dijo lo de que –resumiéndolo– “las promesas electorales se las lleva el primer viento”. Y no era precisamente un conservador.)

Es más que posible que se considere un ingenuo –o peor aún, un incauto– a quien pretenda que los políticos que piden el voto argumenten sus logros o expongan con claridad sus propósitos, sin exageración y menos todavía sin falsificación. Y puede que suene absurdo, pero en el fondo y a poco que se reflexione, esa simple petición encaja de lleno en lo que debería considerarse auténtica democracia. Lo otro, el engaño, es propio de quienes no confían en el criterio de la sociedad para distinguir a los embaucadores de los aspirantes honestos.

La campaña gallega, ya en marcha, no debiera convertirse en una especie de revancha de las generales del 23-J en ninguno de los sentidos, y sin embargo da la impresión de que lo será. Y de que en ella abundarán más el juego no demasiado limpio, la falsedad y la hipocresía, cuando lo que necesita esta tierra es todo lo contrario: programas viables y cristalinos, compromisos –de ser necesarios– transparentes y, en general, un ejercicio de didáctica para que todos aprendan de verdad qué es el sistema y cuáles sus reglas y no tiene pinta de que vaya a ser así.

En este punto resulta especialmente aplicable la referencia a lo medible y lo opinable. Sobre todo en una campaña que algunos creen decisiva para cambiar las cosas y otros consideran que lo que está por venir estará garantizado por la estabilidad actual. Las dos posiciones son legítimas y serían además incluso atractivas si todos dijesen la verdad: que la Galicia de hoy tiene poco o nada que ver con la de hace unos cuantos años y que en esa transformación han tenido parte todos los gobiernos habidos, en los que han participado curiosamente los tres que hoy se disputan la Xunta. Convendría medir, respetando la proporción del tiempo en el poder, lo que han hecho: de ese modo la opinión tendría más sentido y el voto un valor todavía mayor.

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