Los deseosos del bien público

Alberto Barciela

Alberto Barciela

Recomendaba el poeta hispanolatino Lucano, allá a mediados del siglo I, alejarse de los palacios a los que quisieran ser justos. Pese a ello, alguien ha de asumir los gobiernos y, por lo mismo, difícil es confiar a la anarquía, al azar o, en el ahora, a la inteligencia artificial, la resolución de los intereses comunes. Parece convenir una cierta reflexión y alguna que otra acción ponderada en favor de una mayor exigencia a nuestros dirigentes y, en paralelo, un mayor compromiso ciudadano no subvencionado. No todo puede valer o ser comprado.

Corren malos tiempos en la política, también en otros ámbitos, salvo en algún excepcional remanso de paz, como Galicia, desde la que medito.

Se ha acelerado el mundo, y ha entrado en una dinámica propicia al disenso –lo que en sí no sería malo, si el debate fuese constructivo–; a la demagogia, a la manipulación y, lo que es peor, todo sin excepción se ve sometido a las poderosas máquinas de mentir, manejadas no por mediocres sí por avispados, elevados a la cúpula económica, a los escenarios mediáticos o a las tribunas de los parlamentos o municipios llamados democráticos, surgidos de las urnas, y avalados por unos votantes a los que suelen dejar de representar nada más recoger sus actas y acomodarse en sus poltronas. Los unos, desde el ámbito privado, puede que tengan sus justificaciones e intereses legítimos de mercado u opinión; los otros, los gobernantes, tienen obligaciones morales y éticas, compromisos sociales ineludibles y, por lo mismo, entiendo que en modo alguno hemos de permitir que los transgredan, quebranten o conculquen.

Busco el ejemplo en Navarra, allá por 1778, en la que varios distinguidos, siguiendo el modelo de la de Azkoitia (Gipuzkoa), fundaron la Real Sociedad Tudelana de los Deseosos del Bien Público. Eran tiempos de Carlos III. Entonces, personas de diferentes creencias, ascendencias y oficios fueron quienes de establecer un plan metódico para la formación de cuatro comisiones: Agricultura, Ciencias y Artes útiles, Industria y Comercio, Historia Política y Buenas Letras. En sus propuestas, hacían referencia a diversas actividades, como el aprovechamiento de lanas de Tudela, el fomento de la industria de las materias del país, e incorporaban un listado de las bibliotecas particulares de los socios para su consulta en cada caso, un informe sobre tejidos de paños, o sobre las fábricas de lanas de Navarra y las causas de su decadencia, y otras iniciativas en pro de la zona. Por ende, promocionaron obras como el camino de Alfaro (1830), la construcción de la Real Casa de la Misericordia, inaugurada el 8 de diciembre de 1781 y el desvío del Ebro (1886), iniciativa transcendental para el riego de los fértiles campos de la Ribera navarra. El ejemplo es muy bueno y de ello sabe bien mi amigo Santi Lorente. Cuan diferente de los estériles debates de la Navarra actual, ¿verdad?

Por eso, creo que, en este 2024, la actitud ciudadana ha de ser otra. Ni violenta, ni estruendosa, siempre dialogante, respetuosa, en la que se eviten los extremismos radicales o populismos interesados, y se exija alcanzar los necesarios consensos, propicios al bienestar común. Cada uno ha de poder pensar como quiera, pero nunca, como advertía el sabio Emilio Lledó, hemos de olvidarnos de “otro tipo de intereses más generosos y creadores, intereses humanos, que a ratos parecen utópicos, pero que son los intereses que hacen progresar; con todas sus contradicciones, a la humanidad. El interés por la justicia, por la solidaridad, por el bien, por la amistad, por la piedad, por la verdad”. Entre tantas nieblas, hay que unirse con sentido común y fijar un rumbo cierto, seguro.

Urge desmentir a Lucano y encontrar nuevos deseosos del bien público para poder otear horizontes de entusiasmo y esperanza para todos. Eso creo.

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