Crónicas galantes

Los lobos, según Caperucita

Ánxel Vence

Ánxel Vence

Dos lobos fueron decapitados y desollados semanas atrás en León por bípedos implumes a los que investiga la Guardia Civil. Decía Hobbes que el hombre es un lobo para el hombre, aunque sucesos como este invitan a pensar que es más bien un lobo para el lobo.

Al lobo se le ha visto siempre desde el punto de vista de Caperucita, lo que acaso explique su mala fama. No todos piensan lo mismo.

El bueno de Francisco, que era un santo, lo reputaba de hermano lobo y llegó a establecer un pacto con él. El lobo se comprometía a no atacar a hombres ni ganado; y, a cambio, el frailecillo de Asís le garantizaba que las gentes del poblado proveerían a su sustento, para que no pasara hambre.

A partir de entonces, el otrora ferocísimo canis lupus iba de casa en casa en el pueblo de Gubbio –donde sucedió el pacto milagroso– para que los vecinos le proporcionasen comida. Cuando murió de viejo, el vecindario lamentó sinceramente su falta. Ya era un vecino más.

Muchas lunas después, el naturalista Félix Rodríguez de la Fuente defendió en sus programas de la tele al pobre animal, salvándolo probablemente de la extinción. La Ley de Caza de los años 70 lo protegió por primera vez, al establecer cupos de captura y prohibir su persecución indiscriminada.

“El naturalista Félix Rodríguez de la Fuente defendió en sus programas de la tele al pobre animal, salvándolo probablemente de la extinción”

Luego vendría el ingreso de España en la Unión Europea, que además de financiarnos las autovías, los puertos y tantas otras cosas, ayudó a que mejorase nuestro trato a los animales. El lobo fue declarado especie sujeta a protección, medida que posteriormente se amplió con leyes estatales y autonómicas en el mismo sentido.

Aun así, el lobo ha ido desapareciendo de la mayor parte de la Península. Ahora mismo quedan tan solo unos pocos cientos de manadas que se concentran en Castilla y León, Galicia y Asturias.

El mayor número se encuentra en tierras castellanas, si bien la más grande densidad por kilómetro cuadrado le corresponde a Galicia. Nada más lógico. El lobo es, como se sabe, un animal de cuento que le encaja igual que un guante a este país devoto de las fábulas, de las leyendas, de los misterios y de las historias susurradas al calor de la lumbre (cuando aún había lareiras, claro está).

A tal punto ha formado parte de la imaginación popular gallega este can salvaje que su huella puede rastrearse incluso en la tradición apostólica. Fue en efecto una Reina Lupa –o loba– la que se ocupó de recibir el cuerpo del Apóstol Santiago a su llegada a Iria Flavia desde Palestina en una insumergible barca de piedra.

No sorprenderá, por tanto, que este reino poco dado a los temores de Caperucita albergue a nada menos que un tercio, o por ahí, del total de lobos censados en la Península. Están en su hábitat natural, por lo que se ve.

Atento a esa peculiar circunstancia, el Gobierno gallego promulgó hace cosa de quince años un Plan de Gestión del Lobo con el loable propósito de complacer no solo al animal, sino también a los rebaños con los que acostumbra a cebarse, para desgracia de los ganaderos. No todo el mundo está contento, como es natural; pero al menos es probable que las leyes disuadan a quienes van por ahí decapitando y desollando lobos. Por más que eso pudiera alegrar a la Caperucita del cuento.

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