Al azar

Picasso y Sánchez, los más odiados de 2023

Amenazados de cancelación, los dos españoles vivos que han acaparado un mayor número de insultos concluyen el año manteniendo la cotización en sus respectivos mercados

Matías Vallés

Matías Vallés

Proclamar Persona del Año a Taylor Swift es tan evidente que solo certifica el acelerado declinar de “Time”, el semanario que inventó el género periodístico arrevistado en un inglés mayestático. Si su fundador Henry Luce levantara la cabeza, prefirieron la Barbie de carne y hueso. La reválida del dúo Netanyahu/Putin como Canallas del Año también peca de obviedad bienintencionada en las redes sociales, antes de concederles el Nobel de la Paz por sus futuras negociaciones con Palestina y Ucrania.

También el galardón a los españoles vivos más odiados de 2023 recae en tándem, con Pablo Picasso y Pedro Sánchez como vencedores magullados. En ningún caso se pretende rebajar el arte a la triste condición de la política, porque la condena casi unánime a ambos personajes se ha llevado a cabo con completa indiferencia a su dedicación profesional. En el cincuentenario de su muerte solo biográfica, porque el artista malagueño falleció al año siguiente del nacimiento del presidente del Gobierno sin que deba establecerse una relación causal entre ambos sucesos, el pintor ha sido bombardeado con la misma saña justiciera que el líder socialista.

Borges y Bioy Casares encabezaron sus Crónicas de Bustos Domecq a dos manos con una dedicatoria “a esos tres grandes olvidados: Picasso, Joyce, Le Corbusier”. La carcajada brota inevitable, pero los dos argentinos reseñaban con toda seriedad la imposibilidad de descabalgar a los mitos. Con motivo del cincuentenario, se ha insistido en reducir al pintor a un ser miserable al nivel de Harvey Weinstein, olvidando que el productor era un monstruo sin efigie. Se ha llegado a acusar al autor machista del Guernica del crimen de cambiar de pareja cada diez años, es hermoso que en nombre del progresismo se esté a punto de prohibir el divorcio. El ajeno, por supuesto.

La radio se refería el otro día a “Pedro Sánchez, presidente del Gobierno”, y la reiteración se recibía con un estallido de incredulidad. Es imposible que mantenga el cargo un político que en solo medio siglo ha acumulado más improperios que Fernando VII en dos centurias. Los ordenadores españoles se niegan a escribir el nombre del inquilino de la Moncloa si no se le adjunta el calificativo de “psicópata”, porque “traidor” ha quedado suave. Abascal ya ha esbozado los primeros pasos para que el líder socialista deba ser tildado obligatoriamente de “genocida”.

De la cancelación también se sale. Pedro y Pablo, Sánchez y Picasso, han sido amenazados de extinción sin demasiado éxito. Los dos españoles vivos que han acaparado un mayor número de insultos concluyen el año manteniendo la cotización en sus respectivos mercados. Los números no engañan. Se aguardaba con ansiedad la subasta neoyorquina en Sotheby’s de la primera gran tela picassiana tras la descalificación masiva. Pues bien, Femme à la montre, que retrata a la supuestamente aniquilada Marie-Thérèse Walter, se vendió por 110 millones de euros, bastante más de lo que valen la suma de denunciantes del artista.

El dinero nunca se engaña y el votante siempre tiene razón. El pasado 23 de julio a mediodía, Sánchez estaba más (des)fallecido que Picasso o que el Barça de Xavi. La victoria electoral del socialista en la tarde de aquel domingo, porque seguir gobernando supone un triunfo salvo mejor opinión en contrario, le ha reportado una segunda investidura por un margen muy superior a la anterior de 2020. Su ventaja se ensancha de dos a ocho diputados, mediante su primera mayoría absoluta. Estos datos invitarían a alguna expresión admirativa, pero solo han recrudecido las agresiones de momento verbales.

En ningún momento cabe dudar de la sinceridad y acierto de quienes desean enterrar a los muy vivos Picasso y Sánchez. Sin embargo, conviene establecer unos mínimos criterios de calidad del bombardeo ad hóminem. No conviene guiarse por el precedente contaminado del cambio climático, que puede criticarse al estilo Cruz/Bardem mientras se desciende la escalerilla del jet privado. De ahí la pertinencia de plantear si, ante la lógica revulsión que le produce el artista, ¿aceptaría usted un picasso como regalo, o lo arrojaría al contenedor de reciclaje en solidaridad con las víctimas del segundo hombre más odiado de España?

Y dado que los autores de los improperios contra Sánchez que han agotado el repertorio de Quevedo proceden en buena medida de la esfera cultural, ¿se resignarían estos intelectuales airados a disfrutar un cargo auspiciado por el presidente del Gobierno, como la dirección de ese Instituto Cervantes en malas manos, o antepondrían sus convicciones para añadir el adjetivo cohechador al español muy vivo y más odiado?

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