Fe de errores

Y tú de quién vienes siendo

La deriva identitaria de EE UU ha ahondado en la confusión entre etnicidad y raza, añadiendo además otro vector, las identidades múltiples de las minorías

La deriva identitaria de EE UU ha ahondado en la confusión entre etnicidad y raza, añadiendo además otro vector, las identidades múltiples de las minorías.

La deriva identitaria de EE UU ha ahondado en la confusión entre etnicidad y raza, añadiendo además otro vector, las identidades múltiples de las minorías.

Darío Villanueva

Darío Villanueva

Pido disculpa de antemano a mis posibles lectores por titular esta última entrega de 2023 de Fe de Errores traduciendo una construcción verbal convertida en modismo por la lengua gallega que sin duda resultará extraña, incluso críptica, para los castellanoparlantes.

Estoy acostumbrado, como la mayoría de mis paisanos, a la atribución que se nos hace desde fuera de Galicia de ciertas peculiaridades, no solo de lengua, sino también de mentalidad y carácter, que pertenecen, en acertada acuñación de Julio Caro Baroja, al “mito de los caracteres nacionales”. Pero nosotros mismos admitimos que alguno de esos rasgos específicos que se nos endilgan tienen, sin embargo, su punto de certera atribución. Y terminamos por identificarnos con ellos.

Así, en relación con el título de este artículo, que trata en definitiva de uno de los grandes temas de nuestro siglo cual es el de la identidad, ha pasado al repertorio de las frases célebres la que se atribuye al político Pío Cabanillas Gallas, quien después de una confusa asamblea de su partido, que era entonces la UCD, declaró ante los periodistas: “Yo ya no sé si soy de los nuestros”.

Viene todo esto a cuento, al menos así lo espero, de una sorprendente noticia que todavía sigue trayendo cola después de su primera publicación en "The New York Times" hace ya tres años. Este prestigioso diario elaboró y difundió un estudio en el que clasificaba por sus identidades raciales a las 922 personalidades más poderosas de Estados Unidos. De entre ellas, solo 180 eran identificadas como “personas de color”; es decir, como “no blancos”. Pero enseguida un sociólogo de la Universidad de Chicago, René D. Flores, advirtió de que entre ese 80% de opulentos blancos no estaban incluidos individuos como por ejemplo el empresario y político John Garamendi, de familia vasca, y el también político Devin Nunes, de origen luso, cuya blancura de tez saltaba a la vista en ambos casos. Sí figuraban en la lista de los elegidos personalidades como el iraní-americano Farnam Jahanian y Marc Lasry, nacido en Marruecos. Por este criterio, tanto los españoles como los portugueses quedábamos, pues, excluidos de la blanquedad.

El problema está en que esas operaciones taxonómicas implementadas desde la Oficina del Censo estadounidense y otras agencias como la Oficina de Gerencia y Presupuesto han acabado por confundir la identidad étnica con la condición racial. La Administración de Richard Nixon introdujo por primera vez en el censo de 1970 la categoría hispanic, que se añadía así a las cuatro ya existentes: los americanos autóctonos, los afroamericanos, los euroamericanos y los asian americans. Solo los europeans americans fueron, sin embargo, identificados racialmente como blancos. Y los españoles figurábamos en el apartado de los hispanos.

La deriva identitaria que ha ido cobrando crecientemente la evolución posmoderna de la sociedad norteamericana ha profundizado todavía más en la confusión entre raza y etnicidad, añadiendo además un nuevo vector, el de las identidades múltiples de las minorías. Y así Mark Lilla criticó con dureza en un libro de 2017 al Partido Demócrata, calificado como “izquierda identitaria”, porque en su página web oficial orienta a los usuarios hacia 17 direcciones o sitios diferentes, cada uno de ellos con mensajes específicos ajustados a las demandas –término este central en la teoría posmarxista de Ernesto Laclau– de los hispanos, las mujeres, los “americanos étnicos” (de origen alemán, polaco, italiano...), los asiáticos, la comunidad LGTBI+, los amerindios, los afroamericanos, los originarios de las islas del Pacífico, etcétera.

El quilombo identitario había estallado ya en 2012 a raíz de la muerte de un joven negro de 17 años, Treyvon Martin, por los disparos de un vigilante voluntario de barrio, George Zimmmerman. El asunto se presentaba, pues, como uno más de los crímenes raciales que asolan la convivencia norteamericana. Pero medios de comunicación como el propio "The New York Times" y la cadena CNN calificaron a Zimmerman como “white hispanic”, por ser hijo de peruana. Por eso, desde la trinchera conservadora de Fox News se denunció que detrás de esta maniobra designativa a propósito de la identidad del acusado se ocultaba el propósito de transformar un caso de violencia racial en una reyerta entre personas pertenecientes a grupos minoritarios, afroamericanos y latinos, lo que socialmente no se consideraba tan grave.

Negra por voluntad propia

El asunto se complica sobremanera si añadimos una nueva variante, la de la autodeterminación de la raza. En 2015 se hizo viral el caso de Rachel Dolezal, una líder regional de la Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color (NAACP) que fue expulsada por ser blanca. Hija de padres caucásicos, Dolezal porfiaba en que por voluntad propia era negra, y que para ello no era tan importante la herencia (y la genética) alemana y checa de sus progenitores cuanto su absoluta identificación con sus mellizos de color adoptados, su cabello encrespado por los estilistas y su preferencia por un maquillaje bronceador. Muchos medios la apoyaron. Whoopi Goldberg defendió su “identidad trans” (transracial, se entiende) en el programa The View de la ABC con el argumento de que “si quiere ser negra, que lo sea”.

Llegados a este punto, no puedo por más, finalmente, que mostrar mi acuerdo con esta rotunda afirmación de Elisabeth Roudinesco en su libro publicado en español este mismo año con el título El yo soberano (Debate) que trata sobre las derivas identitarias: no hay nada más regresivo para una sociedad civilizada que establecer una jerarquía oficial de las identidades y las pertenencias.

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