Nélida Piñón, un año conversando de infinitos

Alberto Barciela

Alberto Barciela

“Hay que situar la oralidad en el hogar y en la amistad”. Nélida Piñón era un torrente de sabiduría, un manantial, un río inmenso camino de un océano infinito, que se crecía en cada recodo, en todo camino sinuoso, en cada meandro, espuerta o pantano. De sus silencios manaba inmediatamente una fuente de sabiduría contrastada. Cuantos la conocimos admiramos su escita. Oh, sí, claro que sí. Nos pudimos entusiasmar con sus reflujos, con sus explicaciones emanadas del cúmulo, desde los mismos basamentos de la historia, que ella supo recorrer y actualizar de la mano de Homero, Virgilio, Cervantes, Camões, Machado de Assis o Borges. Oh, cuántos caminos, cuántos kilómetros de sabiduría, cuánto que agregar a cada paso, a cada cita, a cada palabra. Flujos y reflujos, como las mareas sabias, moderadas de siglos, rotas de ecos y tempestades, erosión autorizada, artística.

“La identidad es un misterio que no tiene que ser desacralizado. Como si fuéramos un río, desembocamos en el océano hacia el misterio, lo sagrado y el enigma. No somos seres traducibles y no tenemos un idioma capaz de trasladar la ambigüedad y complejidad de nuestro ser.” Algo así, podría surgir de la memoria de una conversación, de un apunte a vuelapluma. Y uno ya no sabe si lee una conversación, reflexiona o escucha. Sí me acuerdo textualmente de algo que dijo la primera presidenta de una Academia de Letras en el mundo: “Las aspiraciones humanas, al final, se confunden entre tantos escombros.” Todavía no era Premio Príncipe de Asturias de las Letras.

Lo manifestó ante testigos, un día en que, como tantos otros, me perdí con Nélida en el camino sabido de Cotobade a Pontevedra, desde Cortegada. Nos distrajimos charlando y nos desviamos por Cuspedriños. Beatriz Piñeiro nos advertía desde el asiento trasero, entre risas de Carmensa de La Hoz, que nuestra dirección debería ser otra, en el sentido del fulgor de la ciudad del Lérez... Yo les descubrí que siempre que acompañaba a la escritora procuraba distraer el rumbo al objeto de obligar una conversación, entre carcajadas, que desearía infinita... Aquel día, del ya frío otoño gallego, acabamos cenando en Soutomaior, en el Veiramar, mientras el navegador nos decía “¿Perdón?”, al no entender mi pronunciación, acotada entre risas. Paco Corral y Sofía nos esperaban en Arcade para agasajar a la brasileña y a la canaria, recién llegadas una desde sabe dónde, la otra desde el mundo aislado e impuntual a una aldea de humedad verde y de amistad imperecedera. Quizás estábamos unidos por la magia de Carmen Balcells o de Rosalía de Castro o de la Bella Otero. Las curvas se sucedían y el hambre atenazaba. “¿Perdón?”.

“Te podrán contar, fabular, incluso crear de ti un personaje, pero yo me quedo con tus palabras, con tu amistad”

“La literatura va más allá del entretenimiento, entra en nuestra imaginación, en nuestra capacidad de asombro.” Las palabras dichas por Nélida había que atraparlas como a las mariposas, –bolboretas de las abelendas, lugar en donde hay muchas avelaíñas, bendito gallego–, para luego dejarlas escapar, envueltas en nuevos aromas de vida recreada, en frases construidas pieza a pieza, como maderos encajados de buques en astillero dispuestos a romper aguas, a descubrir nuevos mundos en los que asentar a los emigrantes a los que se le desprenden términos perdidos como “estrasallar”: romper el pan. Oh, Nélida, capitana, mi capitana. ¿Cuántas veces estaría dispuesto a naufragar contigo? Todas, porque el tesoro emergía en toda expresión, en la verdad de los sentimientos. Te podrán contar, fabular, incluso crear de ti un personaje, pero a mí que no me cuenten cuentos, yo me quedo con tus palabras, con tu amistad. Con tus inquietantes preguntas por una realidad consabida de personajes de medio pelo, de un país “pequeñito y envenenado”, como dice Luisito, nuestro Luis G. Tosar, de “boina y Castromil”, como anunciaba el denostado director de Política Lingüistica, Regueiro Tenreiro... Cuánta verdad y cuánto silencio cobarde, miserable, amilanado, aposentado, subvencionado.

Decía Cunqueiro, el admirado don Álvaro: “Yo, a los diez años, escribí una historia de indios, de pieles rojas, una historia del Oeste, en la que los rostros pálidos hablaban en castellano y los indios, los cheyennes, que eran mis favoritos, hablaban en gallego”. Tú, como el de Mondoñedo, amabas las historias de cowboys. Quizás con la última flecha viaje una verdad, que un día habrá que contar en un camino infinito hacia tu eternidad. Esa es la esperanza, de nuestra nueva conversación eterna. Perdón.

*Periodista

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