José María Barreiro, en el Gaias

Alberto Barciela

Alberto Barciela

José María Barreiro se ha elevado en el Gaias. En una exposición excepcional, en la Ciudad de la Cultura de Galicia se resume, en decenas de obras –telas, dibujos, esculturas–, 60 años de dedicación artística. El conjunto supone un homenaje a su admirado Carlos Oroza en su centenario, bajo el título de un verso “O silencio/que chove luz/ na xanela”, el de Pontevedra se ofrece cual versificador con pinceles, y compone rítmicos y coloristas poemas visuales. Todo ha sido editado, declamado si se quiere, por dos de los comisarios más sobresalientes del panorama autonómico de todos los tiempos, Pilar Corredoira y Antón Castro, que han sabido integrar en una cadencia de 10 tiempos la temática del polifacético creador, desde el lugar de la vida del artista o cómo pintar en el aire –sección en la que se recoge la escultura–, hasta el mar, las ventanas, el taller, la obra erótica, la música, las arquitecturas, el circo o las Meninas –Barreiro es quien más versiones ha pintado de la obra de Velázquez, incluso más que Picasso–.

Esta oferta cultural supone una relectura de la obra de Barreiro, ofrece un panorama nuevo, completo, ahora sí, de un artista universal que nació y vive en la aldea, lo primero en Forcarei, la residencia ahora en Cela, allá en Bueu, pero que cuya trayectoria ha gozado siempre del mismo sentido cosmopolita que ha tenido su propia vida. París, Buenos Aires, Chicago, Miami, Lisboa o Caracas jalonan su periplo biográfico. Su obra está presente en la colecciones del Vaticano o en las de expertos de Egipto, EE UU o México. Como decía Vicente Risco, “desde el lugar más pequeño del mundo se puede ver todo el universo”, y el artista gallego no solo lo ha hecho con profusión y aprovechamiento sino que, huellado de mundos, lo ha sabido trasladar de manera prodigiosa a sus trazos, tras crear un estilo único, reconocido y admirado.

“Este artista puede ser aclamado como dios, pero en el caso que nos ocupa les aseguro que es muy humano”

Con Urbano Lugrís, en su exilio tabernario, con parada y fonda en la viguesa taberna Eligio tras haber naufragado en los bares de A Coruña amarrado a mostradores interminables en horas de tertulia; o en el “sexilio” con Laxeiro, primero en la buhardilla de la ciudad olívica y luego en Argentina, tras embarcarse en amores; Barreiro supo reconvertir sus capacidades de polímata para tras decorar los escaparates de Almacenes Simeón, auparse a los de Lafayette en la capital francesa, en la que vivió intensamente la bohemia de Montmartre, a los legendarios almacenes Harrods de la calle Florida en Buenos Aires, siempre para ganarse el sustento, lo que le permitió desarrollar su verdadero talento como artista, dibujante, pintor, escultor, poeta, compositor... Y nunca perdió la perspectiva de sus orígenes, de su bonhomía, de su proximidad. El artista puede ser aclamado como dios, pero en el caso que nos ocupa puedo asegurarles que es muy humano.

Barreiro ha superado con salud los 80 años, es un eslabón con la vanguardia histórica –en la propia exposición se puede admirar un pirograbado elaborado a dos manos con el propio Lugrís–, es una referencia imprescindible del arte gallego, y merecía un homenaje como el que le han tributado, en la inauguración de su exposición en el Gaias, las instituciones, representadas por los presidentes de la Xunta y del Parlamento, Alfonso Rueda y Miguel Santalices; el conselleiro de Cultura, Román Rodríguez; el director general de Cultura, Anxo Lorenzo; alcaldes como el de Brión, Pablo Lago; y un buen número de artistas, Cristóbal Gabarrón y su esposa Rosa; Cris Gabarrón, el gestor artístico más relevante de la actualidad; Úbeda, Moldes, Quintana Martelo, Acisclo Manzano, Carlos Rodríguez..., coleccionistas, galeristas, empresarios, periodistas, escritores y amigos, así hasta contabilizar más de 300 personas, a pesar del clima de agua y viento.

La cultura de Galicia necesita muchas exposiciones como la de Barreiro. Los gestores de la Ciudad de la Culturar también merecen la enhorabuena, pues el complejo más polémico se está reconvirtiendo en el eje dinamizador de un mundo que nos hace mejores.

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