Liderazgo sin tutelas

Paloma Castro

Paloma Castro

Dice Feijóo que las próximas elecciones gallegas serán las de la quinta mayoría absoluta consecutiva y cuando lo hace, circunscribe el relato a sus mayorías, se construye como protagonista de un ciclo político y le pone a Rueda el tipo de deberes que un maestro pone al alumno. Podría ser la novena mayoría absoluta del Partido Popular, pero él prefiere hablar de las cinco mayorías que sólo a él le incluyen, y no contento con eso, añade que en esta se arriesga más porque se presenta otro; que complicada es la semántica de las acotaciones partidarias. Y saber cómo ha recibido el actual presidente de la Xunta las cariñosas palabras del presidente popular, todo apunta a que Feijóo quiere trasladar a Galicia la batalla que no fue capaz de ganar en Madrid.

Para los que nos dedicamos a esto cada más complejo que es el estudio de la política, tragar con la idea de la transferencia del liderazgo, nos reporta un nudo en la garganta que va en contra de todos los análisis de nuestro tiempo. Es cierto que esto de la identificación partidista trasciende los liderazgos y que esa especie de identidad sociológica y afectiva hacia un partido concreto sigue siendo el más poderoso predictor de voto en la actualidad o, dicho de otro modo, que la lealtad partidaria hace que los votantes no cambien de voto. Pero, eso es una cosa y otra muy distinta, introducir en la ciencia política del siglo XXI, una identificación del liderazgo, es decir, que el liderazgo funcionase como un elemento fidelizador de la adscripción de los votantes más allá del propio ejercicio de liderazgo del candidato por el que cada ciudadano vota.

Eso es simplemente una chorrada, y lo es cuando lo piensa Feijóo, pero también cuando lo piensa Sánchez creyendo que él va a ser capaz de salvar los déficits de Besteiro. La tracción del liderazgo sobre los votantes no es transferible, esa es la pura esencia del ejercicio del liderazgo. Muy al contrario, cuando un líder estatal se empeña en sobreproteger el ejercicio de poder del candidato de una comunidad, generalmente lo que consigue es empequeñecerlo y hacerlo menos líder; porque nada hay menos poderoso que tener que ampararse en el poder del otro.

Y por eso no estoy nada segura de que esta precipitación en cadena de los líderes nacionales, llámese Feijóo, Sánchez o Díaz, para amparar el liderazgo galaico, le interese a nadie más que a ellos mismos. No dudo que Feijóo quiera arrogarse la victoria de Galicia para sacarse el mal gusto que le han dejado las últimas elecciones generales; tampoco dudo que Sánchez no esté obligado a defender a un candidato que ha estado marginado durante años de la política gallega y, finalmente, no me extraña que Díaz quiera venir a competir en su tierra para no tener que afrontar el resultado de esa falta de decisión por un candidato que empieza a dar síntomas de emergencia orgánica. Pero, creo que entre todos los que se pueden ver las caras en la competición gallega, el menos interesado de todos es Alfonso Rueda, porque tal y como están las cosas, es él el que tiene los deberes mejor hechos para presentarse en esta competición y sólo cuenta con un verdadero competidor, que es Ana Pontón.

Ni la primera mayoría absoluta de Rueda, si se produce, será la quinta de Feijóo, ni la primera de Feijóo fue la quinta de Fraga. Todas han sido el resultado de un partido fuertemente implantado en Galicia y de liderazgos competitivos sin tutelas ni tutías, que diría don Manuel. Pues háganselo ver, señores.

(*) Profesora de Ciencia Política y Administración. Equipo de Investigacións Políticas da Universidade de Santiago de Compostela