Carcajadas desde la tribuna

José Manuel Otero Lastres

José Manuel Otero Lastres

Mi interés por las sesiones parlamentarias ha ido decreciendo a medida que se fueron convirtiendo en acontecimientos rutinarios. Debo reconocer, sin embargo, que he seguido las dos últimas sesiones de investidura y que en una de ellas me llamó la atención, por no haber visto nunca nada igual, que desde la tribuna del Congreso el candidato a la investidura soltara, mientras hablaba, unas carcajadas ruidosas y compulsivas, de una duración aproximada de un minuto.

El político en cuestión iba afirmando, entre risotadas estruendosas, que su principal adversario político era el autor de una “original teoría”, consistente en asegurar que no había sido presidente del Gobierno por que no había querido, añadiendo, sin abandonar las carcajadas, que su rival se consideraba el primer español que había renunciado a ser presidente del Gobierno.

Como me sorprendió mucho la escena, esperaba alguna reacción mediática. Y esta no ha tardado en producirse. En una reciente entrevista Susanna Griso le preguntó a Alberto Núñez Feijóosobre qué le habían parecido las reseñadas carcajadas, y este, además de mostrar su extrañeza por lo inusual del suceso, añadió que le parecía que Sánchez tiene un “tic patológico” que sería bueno estudiar para analizar “si eso es normal o, por el contrario, hay algún indicio desde el punto de vista patológico, que no es menor”.

La reacción del PSOE no se hizo esperar y su portavoz en el Congreso, Patxi López, acusó a Feijóo, de “cruzar todas las líneas de la decencia”, agregando que “manifiesta una falta de respeto absoluto y evidencia que no tiene ni una mínima educación”. A lo que añadió que “es la demostración de que cuando no se tienen ideas, cuando no se tienen argumentos, porque no se sabe qué decir, se recurre exclusivamente al insulto y a la descalificación, que es lo que lleva haciendo el Partido Popular desde hace demasiado tiempo”. Por último, dijo que tales declaraciones de Feijóo demuestran que “ha convertido en rabia y en rencor su frustración por no ser presidente del Gobierno”.

Si pudiera aplicarse a las relaciones humanas la Tercera Ley física de Newton o “principio de acción y reacción”, según la cual toda acción genera una reacción de igual intensidad, pero en sentido opuesto, podría explicarse con ella que la acción de burla con la que el orador quiso poner en ridículo desde la tribuna al líder de la oposición fue respondida por éste con una reacción de igual intensidad, pero en sentido contrario, consistente en situar las carcajadas en el ámbito de lo patológico. Lo cual significa que si no hubiera habido la acción de las carcajadas no se hubiera producido la reacción de aconsejar el diagnóstico psicológico.

"Steve Taylor, lejos de limitarse a teorizar, da ejemplos de políticos desconectados a los que considera psicópatas, como Boris Johnson, Sadam Husein, Gadafi y Donald Trump"

Sin embargo, la cuestión viene de lejos. Estamos ante una persona que nos asombró políticamente por su falta de coherencia, sobre todo por la enorme facilidad que tenía de decir sucesivamente una cosa y la contraria sin inmutarse. A pesar de ello, hablando de sí mismo dijo textualmente: “Hay que confiar en una persona como yo, porque soy una persona honesta, que hace lo que dice, que quiere por encima de cualquier otra cosa a su país, que he demostrado que he antepuesto el interés general a mi interés particular y que soy una persona de fuertes convicciones...”. El remate lo puso cuando aseguró plenamente convencido en su última campaña electoral que “él no mentía, sino que cambiaba de opinión”.

No es de extrañar, por lo que antecede, que el episodio de las carcajadas llevara a preguntarse si no estamos ante un sujeto que puede sufrir algún desajuste psicológico. No es la primera vez que se ha planteado esta cuestión. Así, la antigua lideresa de UPyD, Rosa Díez, se aventuró incluso a formular un diagnóstico bastante preciso, lo cual, unido a lo que ha declarado recientemente Steve Taylor, profesor de Psicología en la Universidad de Manchester en una entrevista de Irene Hernández en un diario digital, invita a plantearse lo mismo que Feijóo.

Políticos desconectados

En efecto, el citado profesor, que lleva años estudiando a los líderes políticos desde el punto de vista psicológico, afirma que hay una mayor proporción de psicópatas en la política que en la población en general, a los que les atribuye la condición de “desconectados”. Sostiene el profesor Taylor que “conectar significa empatizar, tener la capacidad de establecer una conexión emocional y psicológica con los demás”, agregando que los desconectados son personas con un fuerte impulso de tener poder y riqueza. Tienen ese impulso –añade– porque sienten que les falta algo, se creen incompletos, y de ahí nace su intenso deseo de tener cosas, de añadir cosas.

Es justamente por eso por lo que muchos “desconectados” –agrega Taylor– sienten un vigoroso impulso de ejercer el poder, con frecuencia el poder político, pero también en cualquier organización con una jerarquía. Y finaliza señalando que las personas desconectadas en puestos de poder generan “patocracias”, esto es, sistemas en los que una minoría formada por psicópatas toma el control de la sociedad.

Steve Taylor, lejos de limitarse a teorizar, da ejemplos de políticos desconectados a los que considera psicópatas, como Boris Johnson, Sadam Husein, Gadafi y Donald Trump. Añade que las características principales de las personas desconectadas son el narcisismo y la psicopatía, y que “por lo general ambas van juntas”. A preguntas de la entrevistadora responde Taylor que los líderes desconectados odian la democracia, en parte porque creen que ellos son perfectos. Están convencidos de que no pueden tomar malas decisiones. Por eso, cuando la prensa o los medios los cuestionan o los critican, se lo toman realmente mal, porque sienten que se les ha faltado al respeto. Y concluye el profesor aseverando que los líderes desconectados se convierten en adictos al poder y tratan de desmantelar la democracia porque esta limita su poder.

A la vista de lo que antecede se puede concluir que la respuesta de Feijóo no habría existido si previamente el orador no se hubiera burlado de él desde la tribuna del Congreso. ¿De quién es entonces la culpa?