Todo sería tan cómico si no fuese tan trágico
El presidente de Israel, Isaac Herzog, exhibió el otro día ante las cámaras de televisión un ejemplar del libro “Mein Kampf”, traducido al árabe, que dijo habían encontrado sus soldados en el cuarto de un niño palestino.
El libro, anotado supuestamente por el padre del niño, acaso un “terrorista” de Hamás, era la prueba definitiva de que los árabes han estado siempre detrás del Holocausto.
¿No dijo en su día el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, que la idea de acabar totalmente con el pueblo judío se la había inspirado al propio Hitler un “musulmán”?
Netanyahu aludía así a Amin al-Husani, el Gran Muftí de Jerusalén bajo el mandato británico de Palestina, que se convertiría, es cierto, en el principal aliado islámico del Tercer Reich en la Segunda Guerra Mundial.
Hay una foto fechada en noviembre de 1941 en el que aparecen conversando, ambos sentados, el führer y el clérigo musulmán, que estaba por aquel entonces establecido en la capital alemana.
Parece probado que Al-Husayni promovió el reclutamiento de musulmanes de la región de los Balcanes para las temidas Waffen-SS hitlerianas.
En octubre de 2015, el propio Netanyahu se hizo eco de algunas tesis que circulaban entonces, según las cuales había sido el Gran Muftí quien convenció al führer de que exterminara a los judíos, versión tajantemente refutada por el director del Instituto Internacional para Investigaciones del Holocausto Dan Michman.
Según Michman y otros serios historiadores, la llamada “solución final” había sido decidida por los jerarcas nazis mucho antes de aquella entrevista.
No importa: el supuesto hallazgo del libro de cabecera del nacionalsocialismo en un cuarto de niño demuestra, si hemos de creer al presidente israelí, que los palestinos maman el odio a Israel con la lecha materna.
¡Todo sería tan cómico si no fuese tan trágico! Es decir, si no fuera un cínico intento de justificar ante el mundo lo que no cabe calificar sino de genocidio de un pueblo...
Si no fuese a la vez tan grotesco como la foto que vimos también el otro día de un soldado israelí en Gaza desplegando una bandera del orgullo “gay” con la leyenda “en nombre del amor” en inglés, árabe y hebreo.
O la de ese otro militar del Ejército judío que aparecía igualmente orgulloso delante de un carro de combate con la bandera de la estrella de David bordeada por los colores del arco iris.
¿Se trataba de convencernos de que, con el aplastamiento militar de la resistencia palestina en la franja de Gaza, Israel llevará a ese pueblo árabe primitivo, misógino y homófobo, la posmodernidad que representan la ideología “woke” y el movimiento LGTBI+?
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