MÁS ALLÁ DEL GUETO CRONOLÓGICO

Una infraestructura vital amable y razonable

Xaime Fandiño

Xaime Fandiño

Para hacer efectiva la intergeneracionalidad, con el fin de construir una sociedad más inclusiva y equitativa, parece necesario implementar cuanto antes una pedagogía relacionada con la longevidad a todos los niveles, desde la escuela primaria a la universidad, para así contribuir a desarrollar en los individuos una motivación y un compromiso que promueva una sensibilidad social activa y militante que cambie los códigos del escenario actual hacia un nuevo hábitat en el que todos los ciudadanos podamos vivir interrelacionados más allá de la cronología de cada individuo, evitando de este modo cualquier atisbo de apartheid etario o gueto cronológico.

Pero la predisposición hacia las relaciones intergeneracionales no es la única variable que puede llevar a los individuos a establecer proyectos en común más allá de cualquier momento etario. El hábitat, es decir, en dónde y cómo vivimos es uno de los factores capitales que influyen de forma directa en la posibilidad de que la vida intergeneracional se convierta en una realidad o se quede simplemente en una teoría.

Vivimos en hogares y espacios que, fruto de unos momentos de euforia mercantilista, se han creado casi sin atender a las verdaderas necesidades reales de los seres humanos, que por cierto son muy pocas. El urbanista Carlos Moreno, en la monografía donde desarrolla su tesis sobre la ciudad de los quince minutos, nos recuerda que cualquier ecosistema natural consta de cuatro elementos básicos: aire, agua, tierra y fuego y que si los observamos con perspectiva nos percatamos de que hemos llegado a un punto en que cada uno de ellos está en crisis, bien por la contaminación del aire, la escasez del líquido elemento para la vida o la excesiva concentración urbana junto a una deforestación salvaje, unido todo ello a un cambio climático provocado en gran medida por la esquilmación de recursos, así como la utilización desmedida y continuada de energías fósiles que amenazan con la destrucción a corto plazo del planeta.

En este escenario tan complejo es importante y urgente repensar las necesidades reales que tenemos como seres humanos, más allá de lujos espurios que no tienen relación directa con la vida. Hablo de una vida digna y no simplemente de subsistencia, pues por desgracia en pleno siglo XXI aún hay seres humanos que viven en ese umbral y muchísimos del tercer mundo, e incluso del primero por debajo del mismo.

Las relaciones humanas individualistas necesitan una reeducación que huya del egocentrismo. Un nuevo paradigma que se oriente del yo hacia el otro. Para ello es importante la reinvención de los espacios vitales y su acomodación a las necesidades de los seres humanos con el fin de que las personas puedan desarrollar vidas plenas intergeneracionales a lo largo de su existencia y sin exclusión por su cronología. Es decir, aunque una persona obtenga el finiquito laboral cuando llega a su jubilación, esta acción no conlleve también emparejada, como sucede hoy en muchas ocasiones, una especie de finiquito social que deja al individuo excluido de la participación comunitaria en toda su dimensión y recluido a a unas relaciones sociales limitadas únicamente con personas de su quinta.

Llegados a este punto se observa que la conformación de los espacios, infraestructuras, viviendas etc, en definitiva un hábitat inclusivo es fundamental para lograr el objetivo relacional pleno de todos los ciudadanos sin exclusión. Elementos en las ciudades como la gentrificación o la verticalidad junto a infraestructuras adversas o al menos incoherentes no parece la forma más amable de humanización y urbanización de los entornos para poder vivir juntos en armonía intergeneracional evitando la segregación y estratificación tanto personal como espacial de los individuos.

Para conseguir la interacción humana y la inclusión social sin exclusión de todas las personas que habitan nuestros barrios, aldeas y comunidades, es necesario fomentar proyectos específicos atendiendo a las necesidades heterogéneas de sus habitantes, tanto en el plano personal como espacial junto a una reinvención no sólo de los lugares comunes de socialización natural, sino también de los propios hogares para que toda la infraestructura vital se adapte a las necesidades reales y no hipotéticas de un ser humano responsable con el planeta, con sus semejantes y en definitiva, con la vida misma.

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