Familias alevosas

José Manuel Otero Lastres

José Manuel Otero Lastres

No creo exagerar si digo que la familia goza de un merecido prestigio social. Son numerosas las frases que así lo han puesto de manifiesto como, por ejemplo, la del presidente norteamericano Thomas Jefferson que dijo “los mejores momentos de mi vida han sido aquellos que he disfrutado en mi hogar, en el seno de mi familia”; o la de Gabriel García Márquez, que escribió “cuando un recién nacido aprieta con su pequeño puño, por primera vez, el dedo de sus padres los tiene atrapados para siempre”.

Ahora bien, como el ser humano es capaz de lo mejor, pero también de lo peor, hay veces que se publican noticias sobre ciertos sucesos familiares que hielan el corazón y que son protagonizados por personas que no merecen el calificativo de humanos, sino, en el mejor de los casos, el de individuos desalmados. Una de estas noticias se publicó en la prensa del pasado 18 de octubre con el siguiente titular: “Liberan a una menor vendida por sus padres y prostituida por su novio comprador. La Guardia Civil ha detenido a cinco personas implicadas en la trama”.

La familia de la menor residió en Valencia hasta finales del año pasado y tras haber sido contactada a través de las redes sociales por una persona hasta ganarse su confianza logró convenir una supuesta “boda” a cambio de 2.000 euros. La menor fue trasladada entonces hasta Almería donde vivió en un asentamiento chabolista de Níjar, en unas condiciones de falta total de salubridad e higiene y en estado de mendicidad. En dicho lugar, fue obligada a prostituirse por el que iba a ser su marido y por los padres de este. La Guardia Civil, encargada de las investigaciones, confirmó también que los “clientes” iban a buscarla a la propia chabola en presencia del novio, a cambio siempre de cierta cantidad económica que recibía él. Finalmente, la investigación ha puesto al descubierto otros detalles sobre la situación en la que se encontraba la menor, como el consumo de droga, así como el empleo de malos tratos y agresiones para retenerla en el asentamiento.

Dos son, a mi modo de ver, las ópticas desde las que cabe comentar esta noticia. La primera es el sentimiento de indignación que produce que puedan darse casos como este en el seno de una familia. Y la segunda –íntimamente relacionada con el sentimiento anterior– es la aleatoriedad a la que está sometida nuestra vida desde el instante mismo de nuestra concepción.

En cuanto a la primera perspectiva, no puedo ocultar el gran enojo que me produce que existan seres de nuestra especie faltos de la más mínima humanidad. Y es que los humanos podemos ser con nuestros semejantes mucho peores que cualquier alimaña. Porque el ser humano es capaz de tener una crueldad ilimitada. Por eso, alguna vez escribí que, más que hablar de que el hombre es un lobo para el hombre, sería más exacto decir que el hombre puede ser el más cruel de todos los seres vivos para el hombre. Y es que no existe ningún ser vivo que pueda ser peor para el hombre que el propio hombre.

La segunda perspectiva es la de la aleatoriedad a que están sujetas nuestras vidas desde el instante mismo de nuestra concepción. Como escribí hace algunos años “si hay algún acto involuntario del ser humano que le afecta absolutamente es el hecho de existir. Desde una perspectiva puramente racional, parece que todos nosotros deberíamos tener algo que decir ante un acontecimiento de tanta trascendencia. Y, sin embargo, las cosas son de tal modo que ni siquiera es posible preguntarnos si queremos venir al mundo. Somos concebidos por otros y, por ese acto de ellos, recibimos la vida. Pero no nos la dan para quedárnosla eternamente, sino para devolverla en el momento de la muerte”.

Situados en la primera panorámica, el hecho de que la víctima del suceso sea una menor y que sea su propia familia la que la vende a un tercero por 2.000 euros para que se casen y que los adquirientes (el futuro esposo y sus padres) comercien con su cuerpo para ganar dinero con la prostitución, sin olvidar el suministro de estupefacientes y las sevicias físicas, hace que este trágico e inadmisible suceso se sitúe en el ámbito de la que podríamos denominar “alevosía familiar”.

Me explico. El profesor Alfonso Otero Varela, a quien tuve la fortuna de tener como catedrático de Historia del Derecho, nos explicó que la genuina alevosía era una institución que tenía sentido en una época como la Edad Media en la que reinaba la paz entre los caballeros. Esta paz significaba que ningún caballero podía ser atacado por otro sin que antes este rompiera la paz; es decir, le advirtiera expresamente (por ejemplo, arrojándole un guante como vemos en las películas) que la próxima vez que se viesen le atacaría. Por eso, quien agredía a otro sin romper la paz previamente actuaba a traición, era aleve, ya que cogía a la víctima confiada en que no iba a ser acometida y, en consecuencia, desprevenida. Pues bien, si hay un ámbito en el que una menor se siente confiada es en el familiar: en esta relación de confianza por excelencia, nunca una hija –y más aún si es menor– puede esperar que sus padres la vendan a un sujeto para que este la destine a la prostitución.

Situados en la segunda perspectiva, parece obvio que la aleatoriedad que rodeó la vida de la menor le fue muy desfavorable. Nació al parecer en el seno de una familia desestructurada, en la cual, si alguna vez apretó con su pequeño puño el dedo de sus padres, no logró retenerlos amorosamente atrapados para siempre. No soy quién para juzgarlos, pero sí para desearle a la menor protagonista de esta enojosa noticia que de ahora en adelante le sonría la vida todo lo más posible: ya tuvo suficiente sobredosis de sufrimiento.