Arenas movedizas

Enseñémosles a pescar

Jorge Fauró

Jorge Fauró

Hay un conocido proverbio que dice: “Dale un pez a un hombre y comerá hoy. Enséñale a pescar y comerá el resto de su vida”. No está clara su autoría, aunque es desde hace décadas uno de los principios más reconocibles en el mundo de la cooperación al desarrollo. Algunas fuentes lo atribuyen a Confucio, que vivió 500 años antes de la era cristiana. Otras lo anotan en la cuenta de una autora británica Anne Isabella Thackeray Ritchie, conocida como Lady Ritchie, novelista postrera de la era victoriana. Sea de hace más de dos mil años o de hace siglo y medio, la cita es tan universalmente conocida como en pocas ocasiones aplicada en según qué partes del planeta, principalmente en África, expoliada siglos atrás por las potencias europeas en la misma medida que se masacraba a su población, a la que rara vez se enseñó a coger la caña. A lo sumo, se les concedía la gracia de alimentarles de vez en cuando con algún pececillo, en la cantidad justa para seguir utilizándolos como esclavos y que no dieran mucho la turra a las corporaciones occidentales mientras estas saqueaban sus minas.

De aquellos polvos, estos cayucos. Pofosu Emanuel, uno de los miles de migrantes subsaharianos que llegaron a la costa canaria el 10 de octubre y han sido recolocados en la Península, cuenta en un reportaje publicado en “El Periódico”, del grupo Prensa Ibérica, que él y otros con quienes compartió los días más terribles de su vida hasta llegar a El Hierro, pasan las horas sin nada que hacer, en el interior de sus alojamientos o paseando de un extremo a otro del pueblo que les ha tocado en suerte . “¿Por qué no nos llevan a la escuela o nos dan clases de español?”, se pregunta.

Lo que Pofosu está demandando una vez más es que le enseñen a pescar. O a moverse dignamente por Europa, que viene a ser lo mismo. De haber dotado a África de sistemas de desarrollo autosuficientes en lugar de robar durante siglos sus fuentes de riqueza, quizá no habría sido necesario que Pofosu y miles como él se jugaran la vida en la oscuridad del océano. O acaso –y esto es un pensamiento ingenuo–, la historia de su país de origen no hubiera corrido de dictador en dictador hasta la dictadura final, gestionando la miseria o la poca riqueza que les dejaron británicos, belgas, franceses, holandeses, portugueses o españoles.

Solo en la primera quincena de octubre llegaron a las Canarias más de 8.500 personas a bordo de cayucos desde Senegal, Gambia y Mauritania. Los cayucos son embarcaciones de menor tamaño que las pateras que cruzan el Estrecho y, por tanto, más peligrosos, porque realizan travesías más largas atestadas de personas en un mar imprevisible. En la segunda quincena del mes pasado, la cifra ascendía ya a más de 28.000. En la actualidad, cerca de 43.000 migrantes están alojados en la red estatal, en hoteles cerrados por temporada o que abren a medio gas –en algunos comparten espacio con los turistas–, en albergues y en instalaciones propiedad de los ayuntamientos. Repartidos por la Península, la Ley de Extranjería es clara en este aspecto. En un mes, muchos de los que han llegado estos días abandonarán el lugar de realojo y serán libres de circular por el país, pero no podrán trabajar ni residir legalmente en España hasta que lleven tres años en situación irregular y puedan demostrar su arraigo social.

Los países de procedencia encabezan, precisamente, las listas de estados más pobres del planeta. Los gestos de Europa para reconducir una situación que a fin de cuentas generaron los países colonizadores no son suficientes para impedir el goteo constante de pateras y cayucos que a diario, y desde hace años, llegan a la costa española. Tampoco los del ámbito privado. Propietarios de grandes fortunas, como Bill Gates, llevan más tiempo preocupados por el destino de su dinero que por la cuantía con la que ayudan a los países pobres. Es lo que se conoce como ‘último kilómetro’, es decir, asegurar los protocolos para que los fondos privados de cooperación lleguen lo menos mermados posible para costear proyectos de desarrollo.

Otro lema bien conocido de la cooperación es de principios del siglo XX: “Piensa localmente, actúa globalmente”. Hace tiempo que la migración irregular, la que pone en riesgo vidas humanas, quiebra familias enteras y solivianta a buena parte de la sociedad y la clase política españolas, dejó de ser un mero asunto doméstico. Pero mientras lo sea, al menos, enseñémosles el idioma.

@jorgefauro

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