Las cuentas de la vida

Elecciones en Polonia

Daniel Capó

Daniel Capó

Hace años, en un libro de entrevistas, el antiguo presidente de Singapur Lee Kuan Yew rememoraba el viaje que había realizado por los países del este europeo poco después de la caída del Muro. Habló del fracaso que supone el comunismo y del reguero de miseria que ha dejado siempre tras de sí. Habló también del paso al capitalismo y de las virtudes que se necesitan para que esta transición culmine con éxito. Lo que más le sorprendió fue el tono de victimismo que percibía en las distintas capitales, muy distinto a la actitud de los países asiáticos, deseosos de convertirse en protagonistas de su propio desarrollo. El victimismo, convertido en sello de una mentalidad política y social –nos venía a decir Lee Kuan Yew–, no es la mejor fórmula para la prosperidad.

Tres décadas después, el este de Europa ha pasado a ser una de las regiones calientes del planeta. En parte por la guerra, con el retorno de Rusia a la escena internacional; pero no solo por eso. Polonia, Hungría, la República Checa, Lituania, Letonia y Estonia constituyen historias de éxito económico con fórmulas que se acercan mucho a las que preconizaba el líder singapurense: una fiscalidad favorable a la inversión y al crecimiento, flexibilidad laboral, estabilidad jurídica y calidad educativa. Tres factores más han facilitado su despegue: la prodigalidad de los fondos europeos que, al igual que sucedió en España en la década de los noventa, les han permitido modernizar sus infraestructuras; la cercanía a regiones altamente industrializadas, como Alemania; y, finalmente, una demografía propicia. Se diría, además, que la experiencia del régimen comunista los ha vacunado hasta cierto punto del populismo de izquierdas, con su retórica contraria al crecimiento.

"El resultado final de las elecciones, que sella una victoria insuficiente para el actual partido en el poder, augura un cambio de orientación en Polonia"

Con un historial de éxitos en lo económico, atlantistas en lo militar y escépticos en lo que concierne al europeísmo burocrático que representa Bruselas, al menos algunos de estos países han seguido ese mismo patrón, provocando en lo político un efecto curioso; a saber: el retorno a una Europa de las naciones –en la línea de los postulados que defiende Pierre Manent–, que ha encontrado sus abanderados en Varsovia y Budapest, gracias a unos gobiernos con idearios profundamente conservadores y euroescépticos.

En el actual debate europeo, las elecciones de este pasado domingo en Polonia pasaban por ser decisivas. Quizás haya aquí un punto de exageración, como suele ser habitual en los titulares de la prensa internacional. Pero ese es el tono del debate: el actual partido en el poder, alineado con las formaciones más a la derecha del hemiciclo continental, frente a un adversario democristiano clásico, dirigido por el eurófilo Donald Tusk. Dos partidos conservadores, aunque profundamente distintos, tanto en su mirada hacia el interior como al exterior. Uno más cercano al mundo rural y al oriente del país, otro más urbano y moderno. El resultado final de las elecciones, que sella una victoria insuficiente para el actual partido en el poder, augura un cambio de orientación en Polonia. De confirmarse, la Europa de las naciones perdería a uno de sus principales valedores.

Poseedor de uno de los ejércitos más poderosos de la zona –por no decir el mejor del continente, tras la reciente compra masiva de armamento–, Polonia ha sido uno de los principales halcones en la actual guerra de Ucrania, a pesar de las recientes tensiones con Kiev. Se diría que buena parte del futuro inmediato de la Unión se juega en el este.

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