Tierra de nadie

Decisiones políticas

Juan José Millás

Juan José Millás

Según António Guterres, secretario general de la ONU, “hemos abierto las puertas del infierno”. Por la abertura resultante se cuelan de momento vientos huracanados, trombas de agua y toneladas de barro que no hay manera de achicar. Por esa abertura entra también el calor excesivo que venimos padeciendo desde los últimos veranos y las medusas propias de climas tropicales que ahora campan a sus anchas en los mares del Cantábrico. Hablamos de lo que está a la vista. No se ven los microorganismos que vienen mezclados con todos esos fenómenos propios hasta ahora de otras latitudes y que quizá empiecen a provocarnos enfermedades para las que carecemos de defensas. En mi barrio de Madrid hay varios garajes inundados y alguna que otra cocina o sala de estar también, pero nada grave comparado con las imágenes de distintas zonas del Mediterráneo que aparecen en los telediarios.

Hemos abierto la puerta del infierno y el diablo ha colocado el pie en la abertura para impedir que la cerremos. El diablo es como ese vendedor infatigable que trabaja a puerta fría y no está dispuesto a perder a ningún posible cliente. La frase de Guterres es terrible, pero ha hecho poco efecto. Yo mismo, después de leerla, he ido al súper y he vuelto con tres bolsas de plástico que tienen muchas posibilidades de acabar en el mar, convertidas en microplásticos que tardarán 500 años en pudrirse. Tiene uno la impresión de que cada vez que utilizamos una de estas bolsas permitimos que el diablo meta un poco más el pie en casa.

–Total, una bolsa –nos decimos.

Hemos visto grandes cetáceos asfixiados por culpa de ellas. Se las tragan confundiéndolas con alguna presa y les provocan obstrucciones intestinales de carácter mortal. Así las cosas, resulta incomprensible que las autoridades no las prohíban sustituyéndolas por bolsas de papel, que funcionan igual, pero que se degradan. El zapato del diablo contra el que fingimos cerrar la puerta abierta al infierno no es biodegradable. Significa que puede aguantar y aguantar, sobre todo si no nos tomamos en serio el cambio climático. Abrir las puertas del infierno no es ninguna tontería. Quizá estemos a tiempo de cerrarlas, para lo que haría falta una voluntad política que de momento brilla por su ausencia.

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