Parece una tontería

Tan importante no será

Juan Tallón

Juan Tallón

Hace un par de sábados dimos una fiesta en casa para 40 amigos. Duró 12 horas y, cuando me desperté a la mañana siguiente, el piso no solo seguía en pie, sino que estaba limpio. Los últimos en acostarse –héroes en mi opinión– lo habían ordenado. Es mi milagro preferido, cuando las cosas desagradables se encauzan mientras duermes. Empecé a hacer ruido a propósito para que se despertasen los demás. Les preparé un desayuno de campeones y a continuación dediqué una hora a tirar botellas y fregar paelleras, única parte de la fiesta fuera de la influencia del milagro.

El lunes, con la casa solo para mí, mientras aún flotaban en el ambiente los bellísimos recuerdos de la fiesta, advertí que le faltaba la tapa al bolígrafo con el que hace 10 meses que escribo la nueva novela, primero llenando 300 páginas de notas, y últimamente tachando frases del manuscrito final. No estaba encima ni debajo de la mesa. La belleza se interrumpió, lo que se columpiaba en el aire se desplomó, la tranquilidad se transformó en nerviosismo. Busqué por toda la casa, y en lugares en los que era imposible que estuviese. Pero una búsqueda exhaustiva, enfermiza, requiere esfuerzos absurdos. Y nada.

Cabe pensar que solo era una tapa y que peor sería perder el bolígrafo, y que si se perdiese el bolígrafo, tampoco importaría porque habrá siempre otro que lo sustituya. Ojalá pudiese pensar así y no me resultase insoportable la sola visión de un bolígrafo sin su tapa. Pero lo cierto es que me paraliza. Tengo que apartar la vista. Si la tapa no aparece, el bolígrafo agoniza lentamente y muere.

Por la tarde llegó Marta y me vio abatido. Imposible no pensar: “Este es idiota”. Le expliqué qué ocurría entre cabezazos a derecha e izquierda. “Seguro que aparece”, intentó animarme, y entonces probó a quitarle la tapa a otro bolígrafo, exactamente igual, y nuevo, y ponérsela al viejo. “¿Qué haces? ¿Estás de broma? ¿No pensarás que es tan fácil?”, le reproché, necesitado de hacer un drama de la tapa perdida y de dar importancia a cosas que nunca la tendrán, como si, en el fondo, la idiotez fuese insoslayable.

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