Encontro con Rosalía

X. L. Axeitos

X. L. Axeitos

A palabra “encontro” dispón dun caudal significativo tan diverso e complexo que fai imprescindible a súa presenza na historiografía cultural da humanidade. Xa no mundo clásico grego antes de que a cultura fose conceptualizada xa gozaba o “encontro” de presencia social inequívoca. Adoita admitirse que a primeira vez que a humanidade viviu unha experiencia universal foi cando se deu o encontro entre as dúas tradicións civilizadas do mundo antigo, a cristiana e a cultura greco-latina. A partir deste momento a noción de “encontro” foi dotándose dun campo de aplicación e significación máis amplo referíndose aos seres, ás cousas pero tamén ás palabras en tanto que tradución dun acontecemento que pode ser intelectual ou verbal. Montaigne, por exemplo, que definía o rencontre como debate e diálogo, falaba de “encontros textuais” con autores clásicos e contemporáneos.

O encontro que hoxe presentamos é aludido, suxerido, simbólico e preséntase como unha relación de intimidade, unha especie de silencio venerativo. Ocorreu por volta de 1877 entre un estudante arxentino en Compostela e Rosalía de Castro nun lugar bendecido pola presencia histórica da nosa escritora fundacional. Non foi un encontro conclusivo, definitivo pero si vivamente vivido e sentido. Será rememorado vinte anos despois por don Tomás Puig Lómez, nacido en 1862 en Luján, con ocasión da homenaxe que se lle tributa a Rosalía no duodécimo aniversario da súa morte. Foi publicado co título de “Un argentino en Galicia”, discurso leído por don Tomás Puig Lomez e publicado no mesmo ano da homenaxe ( “A Rosalía de Castro en el duodécimo aniversario de su muerte los gallegos residentes en la República Argentina”, Buenos Aires, 1897). Limitamos o escrito ao encontro propiamente dito malia non carecer de interese o conxunto do discurso:

“Xa no mundo clásico grego antes de que a cultura fose conceptualizada xa gozaba o “encontro” de presencia social”

"A un cuarto de hora de Santiago de Compostela, en un paraje llamado Cornes, había allá por los años mil ochocientos setenta y siete un robledal que adornaba una pequeña colina, a cuyo pié se deslizaba modestamente un arroyuelo. Las ramas de los fuertes, añosos árboles, se entrelazaban formando una techumbre que atravesaban con dificultad los rayos del sol. Un césped siempre verde servía de tapiz a aquella natural glorieta. A pocos pasos, una senda cortaba el arroyuelo, merced á algunas piedras que la necesidad había colocado. La senda moría en una callejuela de la aldea.

Bajo aquellos robles, solía con un libro en la mano, pasar horas deliciosas. Las ondulaciones de un terreno siempre cultivado, la vista de aquelllas montañas de suaves lineamientos, que la primavera pintaba de mil colores, el concierto de las aves, que el cuclillo solía embellecer con su monótona cantinela, y sobre todo esto, , un cielo límpido, hacían de ese rincón de la campiña el lugar predilecto de mis paseos.

Por la senda que he recordado, en las tardes de mayo, acompañada siempre de su hija que a la sazón tendría dieciocho años, volvía de su habitual excursión Rosalía Castro, en dirección a la ciudad.

A su paso poníame respetuosamente de pié y descubríame con la reverencia que me inspiraba mi admiración por la egregia poetisa.

Alta, delgada, morena, a través de sus ojos oscuros, descubríase una vaga melancolía. Su salud parecía precaria. Su amplio espíritu no cabía en la materia que lo encerraba.

La poetisa parecía comprender toda la sinceridad de mi homenaje.

Un día tuve ocasión de que Rosalía me hiciera el honor de dirigirme la palabra.

Preguntóme que de dónde era y qué estudiaba. Contestéle que era natural de Buenos Aires y que leía Jurisprudencia.

¡Ah! Buenos Aires, dijo, deben sus compatriotas ser muy buenos, cuando tanto se acostumbran por allí mis paisanos. Tengo muchos amigos en esa tierra. Si alguna vez llega U. a ser algo en su país, sea U. buen amigo de los gallegos que tanto sufren fuera de sus lares. Los conoce de cerca y debe amarlos mucho, porque ellos aman mucho a los americanos.

No guardo más de aquel diálogo, que desearía conservar íntegro en mi memoria y que reconstruyo con dificultad".

Suscríbete para seguir leyendo