el correo americano

Cuando la derecha era divertida

Xabier Fole

Xabier Fole

Medford Stanton Evans, fallecido en 2015, fue uno de los periodistas conservadores más influyentes del siglo pasado. Su relevancia en este movimiento intelectual es indiscutible. Evans se unió a William F. Buckley en los primeros años de ‘National Review’, donde se convirtió en uno de los editores de la revista (Buckley, en su ambición de hacer un semanario del estilo Time y alcanzar el medio millón de suscriptores, quiso enviarlo a Louisville, Kentucky, como corresponsal en el Medio Oeste estadounidense, pero, debido a la falta de recursos, el puesto se eliminó) y, en 1960, redactó el documento fundacional de Young Americans for Freedom, una organización juvenil de derechas que todavía está en activo hoy en día.

Evans también creó el National Journalism Center, un programa para formar a jóvenes periodistas y proporcionarles experiencia profesional en los medios de comunicación, del cual salieron algunos comentaristas y escritores conocidos como John Fund, Ann Coulter o Malcolm Gladwell, y jugó un papel fundamental en la fundación de la hoy llamada CPAC (Conferencia Política de Acción Conservadora). Escribió una decena de libros, entre los cuales se encuentra ‘The Theme is Freedom’, un ensayo donde el autor expone su visión sobre el conservadurismo y su influencia en la tradición política estadounidense, y cientos de columnas que se publicaron en distintos periódicos del país, participando también con sus comentarios en la radio. Se dice que, en 1976, gracias a apoyo y al dinero que consiguió recaudar para la campaña, Evans fue determinante en la victoria de Ronald Reagan en las elecciones primarias de Carolina del Norte. Una victoria que, como se comprobó unos pocos años después, resultó ser decisiva en el ascenso del político republicano a la presidencia.

A pesar de esas contribuciones, Evans ha sido olvidado incluso por quienes en su momento lo admiraron. En las historias y antologías del movimiento conservador, su nombre, si es que aparece, no suele mencionarse tanto como el de Russell Kirk, William F. Buckley, Richard Weaver o Willmoore Kendall. Pero el historiador Steven F. Hayward (exalumno de National Journalism Center) quiere corregir ese error. En una biografía recientemente publicada, además de evidenciar la importancia de Evans en la historia política del país, Hayward nos muestra un interesante retrato de la persona. Al igual que Buckley, Evans se graduó en la Universidad de Yale; era culto (“versado en física y en metafísica, dominaba las ciencias y las letras”, escribe Hayward), políticamente coherente (aun estando en desacuerdo con él) y muy (muy) divertido. En el libro también descubrimos la afición de Evans por el rock and roll y su entusiasmo por Elvis Presley, así como su pasión por el béisbol y el baloncesto universitario.

Lo que queda bien claro en esta biografía es que Evans tenía un gran sentido del humor, aunque este estaba cargado de una ironía que, en ocasiones, parecía preventiva; solía amenizar las cenas con anécdotas hilarantes, ganándose así la simpatía y admiración de todos los comensales. Pese a su fama nacional, Evans promovió las virtudes del periodismo local (“escribe sobre tu comunidad, tendrás más impacto y serás más responsable de lo que escribes”, les decía a sus estudiantes). Y le gustaba provocar. De ‘The New Yorker,‘ por ejemplo, dijo que “ninguna otra revista combina de una manera tan elegante la comodidad del privilegiado con el glamour del disidente”. Siempre insistía en que nunca había apoyado a Nixon hasta el Caso Watergate. Que no compartía los objetivos de Joseph McCarthy sino sus métodos. Que “un país que puede enviar un hombre a la Luna puede abolir el impuesto sobre la renta”.

Hayward y otros conservadores insisten en que Evans encarna el alma populista del conservadurismo, tanto por su prosa (menos enrevesada que la de Buckley) como por su estilo de vida “antielitista” (disfrutaba con la cerveza Coors, la calorífica soda del 7-Eleven y la grasienta hamburguesa del White Castle), del que siempre presumía. “Era el William F. Buckley del hombre común”, escribió Daniel Oliver. Pero, a diferencia del movimiento que emergió en 2016, en ese populismo no había odio sino ingenio. El de Evans, quien (no nos engañemos) perteneció a la sociedad académica (y muy elitista) Phi Beta Kappa, era un populismo estético, de pose (“lo podías encontrar sentado en el sofá con sus viejos pantalones de color caqui y su camiseta interior, viendo Roller Derby en la televisión”, etc.). Una manera de distinguirse de sus adversarios, de desarmarlos con su encanto y su actitud contestataria, provocando las risas incómodas de quienes no estaban seguros de haber pillado el sarcasmo. O de si había sarcasmo.