EDITORIAL

Vigo urge el Plan Xeral de Urbanismo

Vista panorámica de la zona de O Castro y Avenida de Madrid, en Vigo.

Vista panorámica de la zona de O Castro y Avenida de Madrid, en Vigo. / MARTA G. BREA

Un territorio se construye (y también se destruye) de mil formas diferentes: desde los impulsos individuales a los colectivos; desde la aportación de las instituciones más próximas a las más lejanas. Es una tarea que está (o debería estar) constreñida necesariamente por límites. El imperio de la ley es el más evidente. De lo contrario, reinaría la incertidumbre, el temor, la parálisis, el descontrol, incluso el caos. El urbanismo de la ciudad de Vigo es el mejor ejemplo de lo que puede ocurrirle a una ciudad cuando el instrumento que debería ordenarla y diseñar su crecimiento es precario o rehén en un estado de inestabilidad. O, peor aún, cuando ese instrumento no existe.

Desde finales de los 80 –cuando Vigo estaba todavía digiriendo los nefastos efectos del Plan Xeral de los 70– hasta la actualidad la ciudad ha vivido, más exacto sería decir sufrido, un carrusel de documentos planificadores que lejos de cumplir su misión –prever, armonizar y gestionar los espacios públicos y privados en pos de un crecimiento sostenido y eficiente al tiempo que ofrece un blindaje jurídico a los proyectos– han agravado, año a año, una situación que era muy deficiente. La anulación por una cuestión meramente formal del Plan de 2008 por el Tribunal Superior fue la gota que colmó el vaso de los despropósitos.

Los vigueses conocen bien la historia. Baste decir, a modo de corolario, que el Vigo de 2023 está por una parte en manos de un Plan Urbanístico aprobado en 1993 –hace treinta años– y por otra de un instrumento de ordenación provisional –un remiendo aprobado por la Xunta para evitar una paralización absoluta– que tiene los días contados y cuya caducidad pondría en serios aprietos otra vez al territorio más poblado, dinámico y, desde el punto económico, más importante de Galicia.

“La ansiada aprobación del PXOM no es el fin del camino, sino un punto de partida imprescindible; se necesitarán más recursos que permitan implementarlo. Y también talento, decisión e ideas claras”

En las últimas semanas FARO DE VIGO ha venido publicando una serie informaciones que alertaban sobre la urgencia de aprobar el Plan Xeral y sobre las consecuencias de la prolongación de su retraso. Arquitectos, promotores, empresarios, partidos políticos, instituciones y colectivos ciudadanos unieron sus voces en nuestras páginas para clamar contra una espera interminable de difícil justificación.

Coincidencia o no, lo cierto es que días después de nuestras informaciones, la Xunta comunicaba la aprobación, aunque con reparos menores, de los dos últimos informes pendientes: Infraestructuras y Patrimonio Cultural. Ahora el Plan Xeral solo está a la espera de un último permiso, el de declaración ambiental estratégica, que también concede el Gobierno gallego, para que el documento reciba su aprobación provisional por la corporación municipal. El Concello estima que a finales de año el documento entraría en vigor. Ojalá así sea.

No es ahora el momento de buscar responsabilidades políticas –claramente repartidas, y no solo entre políticos, durante todo este larguísimo tiempo– de una situación a todas luces dañina para el interés general. Los lectores de FARO conocen bien nuestra posición, que no ha cambiado un ápice. No es momento de más reproches y acusaciones cruzadas. Los ciudadanos no quieren más batallas, sino que desean hechos, actos, decisiones.

La ciudad ha perdido demasiado tiempo. Los intereses públicos y privados han sufrido una mella y un deterioro importantes. La seguridad jurídica ha brillado, de hecho sigue haciéndolo, por su ausencia. La incertidumbre, el temor, incluso el pánico, se han extendido en no pocos ámbitos, incluida la propia plantilla de la Gerencia de Urbanismo, refractaria a estampar su firma en proyectos estratégicos.

"Ahora el Plan Xeral solo está a la espera de un último permiso, el de declaración ambiental estratégica, que también concede el Gobierno gallego, para que el documento reciba su aprobación provisional por la corporación municipal"

La ciudad no ha dejado de crecer, eso es indudable, pero de forma mucho más lenta y desequilibrada de lo que debería. Algunos errores son ya, por desgracia, insubsanables y tendremos que pagar ese precio. Por eso el apremio de un Plan Xeral que ponga negro sobre blanco cómo debe crecer –de forma armónica, equilibrada y sostenible– la ciudad en las próximas décadas. Un documento que atienda la creciente, en algunos casos acuciante, demanda de suelo residencial –en especial el dedicado a la vivienda pública–, industrial, zonas verdes y de ocio, dotaciones culturales y sociales, infraestructuras viarias... Que sepa conciliar los intereses particulares y sectoriales –hay casi mil millones a la espera de invertirse– con los generales. Que defina la ciudad que queremos ser con la vista puesta en las prioridades y necesidades propias del siglo XXI. Que nos lleve por una senda sensata, realista, al tiempo que ambiciosa. Debe ser un Plan que no solo busque construir una ciudad nueva, sino también que sepa reconquistar espacios hoy deteriorados. Que mire al futuro, pero sin obviar cómo se puede mejorar nuestro peor presente. Porque un plan no es una varita mágica. Puede y debe evolucionar, cambiar, para eso existen las modificaciones puntuales.

Pero la aprobación del Plan Xeral no es el fin del camino, sino solo un punto de partida imprescindible. Porque el PXOM necesita recursos, principalmente humanos y técnicos que permitan implementarlo. Y también talento e ideas claras. Es una obviedad –cualquier ciudadano o empresario que esté hoy esperando la aprobación de una licencia por menor que sea puede acreditarlo– que el departamento de Urbanismo de Vigo no es el paradigma de la diligencia. Los expedientes tardan un tiempo insoportable en aprobarse y esta demora, impropia de 2023, provoca frustración, desesperación y malestar en los solicitantes que ven, impotentes, cómo sus proyectos personales, vitales o empresariales duermen el sueño de los justos.

El Concello se ha comprometido a dotar con los recursos necesarios –vía contratación de personal o la externalización de servicios– para que el embudo que ya es hoy la tramitación no se convierta en un monumental tapón tras la aprobación de PXOM. Así debe ser. Y también a que mientras no se produzca esa aprobación se amplíe la ordenación provisional, que no deja de ser un parche, un mal menor.

Xunta y Concello deben ir de la mano en urbanismo –ojalá el ejemplo se extendiese a otros ámbitos– en un ejercicio de colaboración responsable para enterrar de una vez la maldición que pesa sobre una ciudad que, pese a todo y a todos, no se resiste a crecer y a modernizarse. Esperemos que lo haga muy pronto siguiendo por fin una hoja de ruta diáfana y no a trompicones y con sobresaltos. Porque un barco, por grande que sea, por muy buen capitán que lo dirija y por valiosa que sea la tripulación que posea, sin motores potentes y un rumbo bien definido nunca llegará a buen puerto.