EDITORIAL | opinion@farodevigo.es

300 gobiernos para mejorar Galicia

El alcalde de Vigo, Abel Caballero, tras recibir el bastón de mando, el pasado 17 de junio.

El alcalde de Vigo, Abel Caballero, tras recibir el bastón de mando, el pasado 17 de junio. / Marta G. Brea

La marcha de un territorio, ya sea un país, una comunidad autónoma o un municipio, es la suma de muchas acciones, individuales, colectivas, sectoriales, institucionales… Ningún actor puede ni debe arrogarse en exclusividad ese protagonismo en las épocas de bonanza, de la misma forma que ninguno es culpable en exclusividad de los males en los periodos de crisis, aunque es evidente que el grado de responsabilidad es gradual y proporcional a las competencias de unos y otros. La actividad política, en consonancia con los tiempos de simplificación que nos ha tocado vivir, tiende peligrosamente a esa suerte de maniqueísmo, de hacer diagnósticos extremadamente primarios, de dibujar paisajes en blanco o negro. La realidad, empero, nos demuestra cada día que las cosas son mucho más complejas. Que en realidad el todo es la suma de infinidad de partes, algunas que incluso escapan a nuestro control.

Dejando clara esta premisa, los municipios constituyen un pilar fundamental sobre los que construir un territorio mejor. Fundamentalmente por su proximidad a los ciudadanos, que ven en los gobiernos locales su primer referente al que acudir cuando tienen un problema o quieren manifestar una reclamación, expresar una necesidad. Eso lo saben bien nuestros alcaldes, cuyo despacho se extiende a las calles, en donde deben atender en no pocas ocasiones las demandas de sus vecinos. Esa es la grandeza y también la servidumbre con la que conviven a diario.

El pasado fin de semana se constituyeron en Galicia 300 gobiernos municipales –otra decena sigue en el aire– con sus respectivas alcaldesas y alcaldes al frente. Tienen por delante, si nada se tuerce, cuatro años. 1.400 días para poner en marcha sus proyectos, para cumplir sus compromisos, para hacer realidad sus promesas de un futuro mejor. Los ciudadanos, de una forma directa en el caso de las mayorías absolutas o indirecta en aquellos otros que hayan sido elegidos por pactos entre partidos, han depositado en ellos su confianza. Han creído en sus palabras. Así que, una vez que las urnas han hablado, les toca a ellos responder. Sin excusas ni demoras.

Es cierto que cada concello es un pequeño universo, con sus problemas y necesidades propias, pero también que todo eso ya era sabido antes de acudir a votar el pasado 28 de mayo. Y también lo es que el contexto, sin haber experimentado una transformación general, sí ha sufrido cambios notables. Primero, en aquellos municipios en los que el regidor se estrena. En estos casos, parece inevitable conceder a sus regidores un margen de tiempo para un aterrizaje que, sin embargo, no se debe eternizar.

Pero también ha habido cambios sustanciales, como la recuperación por parte del Partido Popular de la Diputación de Pontevedra, que dirigirá durante cuatro años Luis López. La institución provincial juega un papel determinante en el desarrollo de los pequeños y medianos concellos. Sus fondos contribuyen a implementar obras y actuaciones que por su cuantía exceden las posibilidades de los municipios. Por eso se hace preciso en estos momentos en los que todo arranca de nuevo hacer un llamamiento al uso responsable, equilibrado y proporcional de esos fondos. O, dicho de otro modo, evitando la distribución partidista, sectaria o electoralista del presupuesto provincial. Seguro que el nuevo presidente y su equipo llegan con ideas, proyectos e iniciativas propias. Es lo natural. Seguro que desean cambiar cosas. Es legítimo. Pero también es seguro que no todo lo que se ha hecho en los últimos ocho años, durante los mandatos de la socialista Carmela Silva en coalición con el Bloque Nacionalista, debe ser borrado de un plumazo. Gobernar en muchas ocasiones no consiste en eliminar, sino en mejorar, en evolucionar. Y, frente a la tentación general de convertir las instituciones en arietes políticos, la sociedad demanda menos combate y más gestión. Menos ideología y más eficacia.

“Esta semana estrenamos 300 alcaldes y alcaldesas que tienen en su mano, cada uno en la medida de sus competencias y recursos, contribuir a hacer una Galicia de la que todos nos sintamos orgullosos”

En este sentido, los recientes nombramientos de Ana Ortiz como delegada de la Xunta en Vigo y Carlos Botana como presidente de la Autoridad Portuaria de Vigo, la más relevante del noroeste español, son dos señales en la buena dirección. El presidente Alfonso Rueda, rompiendo una tradición de dudoso resultado, ha decidido promocionar a dos reputados profesionales de sus respectivas casas para situarlos al frente las dos instituciones. Es, sin duda, una buena noticia. Porque podría disipar los temores de politización extrema de la gestión, con su consiguiente radicalización y fractura, para apostar por otra más técnica. Desde este mismo espacio editorial hemos defendido esta línea de decisión.

El Puerto, uno de los grandes motores económicos de la ciudad, necesita una estrategia de largo recorrido que se mantenga en el tiempo y sea pilotada por alguien que no esté sujeto a los vaivenes electorales. Que sea un aliado de la ciudad, no un adversario. Que defienda con firmeza sus intereses, pero que evite la disputa innecesaria. Ojalá que esos nombramientos sean mucho más que un gesto y se vuelvan a tender los imprescindibles puentes, sostenidos por intereses comunes, entre Puerto y Concello. De la generosidad e inteligencia de todas las partes dependerá que así sea.

El presidente Rueda ha aprovechado la coyuntura política –comicios locales en mayo y generales en julio– para abordar una remodelación de su Gobierno. En sus palabras, son cambios que aspiran a dar un impulso a su acción, sobre todo “en los próximos meses”, una frase suficientemente ambigua para no cerrar a cal y canto la puerta a un adelanto electoral, una decisión que dependerá en gran medida del resultado de la contienda del 23 de julio. Sea como fuere, lo que debe ocupar ahora a todos es el presente. Y este exige ponerse a trabajar sin perder ni un minuto.

Son muchos los asuntos pendientes –en clave gallega pero también local– como para enredarse con futuribles. Los ciudadanos demandan soluciones inmediatas a problemas reales. Es sabido que la política es dialéctica, contienda, crítica, disputa y pelea entre formaciones de distinto signo. Una pugna que tiene por objetivo la conquista del poder, aunque por el camino siembra discordia, crispación, polarización y parálisis. De todo esto hemos tenido mucho –demasiado– en los últimos años. Pero la política es también diálogo, consenso, colaboración, cooperación, acuerdo, pacto. Esperemos que desde ya se intensifique esta segunda forma de actuar en detrimento de la primera. Si es así, todos saldríamos ganando.

El tiempo dirá si nuestra clase política ha aprendido la lección y está en sintonía con las demandas reales de los ciudadanos o si vuelve a cometer los mismos errores. Para empezar, hay 300 gobiernos locales en Galicia nuevos, 300 alcaldes y alcaldesas que tienen en su mano contribuir, cada uno en la medida de sus posibilidades, competencias y recursos, a hacer una Galicia mejor, una Galicia de la que nos sintamos todos, más allá de colores, siglas y simpatías, orgullosos.