Sol y sombra

Dos de Mayo

Luis M. Alonso

Luis M. Alonso

En Madrid, coincidiendo con la celebración del Dos de Mayo, se produjo un episodio no del todo ajeno al espíritu combativo de la efeméride. Isabel Díaz Ayuso y el ministro de Presidencia se reprocharon “falta de respeto institucional” cuando a Félix Bolaños, sin haber sido invitado como en 1808 sucedió con los mamelucos, se le impidió acceder a la tribuna. ¿Descortesía? No parece. La más elemental educación aconseja no acudir a donde nadie te convida. La insistencia de Bolaños en colarse como acompañante de la ministra de Defensa, que representaba al Gobierno, después de que todos se esforzasen en hacerle desistir, no ayuda a fortalecer ninguna lazo institucional. Más bien todo lo contrario. Ni siquiera apelando a Fray Luis de León y aquello de que el amor verdadero no espera a ser invitado, antes él se invita y se ofrece primero. Sobre todo después de que el propio Bolaños calificase la polémica, que él personalmente se encargó de atizar, de “artificial” para no tener que referirse a otros asuntos como la sanidad pública.

Estaba claro que el empecinamiento de Bolaños en subir a la tribuna para presidir unos actos, sin que nadie hubiese reclamado allí su presencia, tenía más que ver con la provocación y el mal augurio de los sondeos para los socialistas en Madrid. Al final, le pusieron la silla. Durante el discurso de Díaz Ayuso se levantó, según dicen, algo descompuesto, para regresar al rato. No quiero suponer nada que no haya ocurrido, pero este tipo de situaciones, sumadas las altas temperaturas, producen a veces cagantina. En el fondo, los sudores electorales están tiñendo una política, ya de por sí poco adulta como es la española, de flagrante infantilismo. Si primero no se descompone el protocolo, el que no tiene inconveniente en hacerlo es el Bolaños de turno, que aspira a reducir en Madrid por las bravas y, precisamente, un Dos de Mayo, el efecto desfavorable de las encuestas, tras poner en entredicho el Gobierno la capitalidad de España.