Inventario de perplejidades

Los chicos/chicas de la alcachofa

José Manuel Ponte

José Manuel Ponte

Los dos últimos meses del invierno fueron especialmente cálidos y la ciudadanía lo celebró abarrotando playas, montes, bares, cafés, restaurantes, terrazas al aire libre y otras zonas de esparcimiento. Sentarse en una terraza al aire libre, después de hacerse con un par de sillas vacías en dura competencia con otros humanos, es el colmo de la felicidad terrenal. Al menos eso es lo que se deduce de las opiniones del turisteo entrevistado por jóvenes reporteros armados con unas alcachofas radiofónicas.

El despliegue de medios para recabar naderías y lugares comunes es abrumador. Mientras tanto, el conductor/conductora del programa parlotea desde el estudio de la emisora con los tertulianos sobre algún tema de rabiosa actualidad. De cuando en cuando, el conductor/conductora del programa conecta con alguno de los chicos de la alcachofa y lo interroga hábilmente para constatar que permanece atento a la voz de mando.

Misión importante de las tertulias de verano consiste en guardarle la silla al locutor estrella con un sustituto que nos haga añorar al “ausente” (así llamaban en los primeros días del alzamiento militar a José Antonio Primo de Rivera). Da un poco de enojo ver a los chicos/chicas de la alcachofa padeciendo alternativamente el calor tórrido y el frío siberiano con el que nos aflige el cambio climático.

Desconozco lo que cobran los chicos/chicas de la alcachofa por una esforzada labor que básicamente consiste en asaltar a algún personaje del famoseo que se ponga a tiro y sacarle una declaración mínimamente aprovechable.

–“Pocholita, ¿es cierto que te separas del marqués de Afrodisio? ¿Quién se queda con el perro?

–¿Y con los niños?

La doña hace como que se enfada por el acoso de los chafarderos, pero aún tiene resuello para deslizar un par de intrigas.

–Si hay algo ya se os comunicará...

–Afrodisio se merece un respeto.

El verano es una estación homicida en la que se mueren muchos de los que ya les tocaba hacerlo por pura estadística. En cierto modo, es una de las épocas del año más aptas para realizar el tránsito. La despreocupación es la regla general y el luto nunca hizo buenas migas con la desnudez. Los abrazos de condolencia en bañador son de una cómica procacidad y palmear una espalda sudorosa se hace particularmente incómodo.

Entre los que se subieron a la barca de Caronte está Sánchez Dragó, prolífico escritor y uno más de los que se fue derrapando de la izquierda a la derecha como en los accidentes de coche. También gustaba de presumir en público de una supuesta boyantía sexual. Le llevaba algo más de cincuenta años al último de sus hijos.

Hace años, cenando en Casa Fermín, un restaurante asturiano de referencia, se puso a perorar en voz alta sobre sus capacidades de todo tipo. Y no hubo forma de no darse por enterado.

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