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Cerrar la brecha en el mercado laboral

La construcción es uno de los sectores donde falta mano de obra.

La construcción es uno de los sectores donde falta mano de obra. / Ricardo Grobas

El periodismo como reflejo de la sociedad en la que desarrolla su actividad nos ofrece con frecuencia informaciones que nos mueven a la perplejidad, al desconcierto. Así en un mismo ejemplar pueden convivir alertas sobre desnutrición o hambruna, y advertencias iguales de graves sobre el impacto de la obesidad en la salud pública. Son las dos caras igual de reales de una moneda.

En el ámbito laboral se produce ese mismo fenómeno incluso con mayor intensidad. Pese al recorte del desempleo en los últimos meses, la tasa de paro sigue siendo uno de los talones de Aquiles de la economía española. Un mal endémico que nos sitúa en el furgón de cola de las sociedades más desarrolladas. Pero, paralelamente, vemos las advertencias sobre la necesidad de mano de obra en los sectores más diversos: de la industria al sector servicios; del campo a las tecnologías de la información; del mar a los oficios tradicionales, de la construcción al transporte; del ámbito sanitario a las energías renovables...

El desajuste entre oferta y demanda nos obliga a reflexionar sobre qué se está haciendo mal para que esta brecha en el mercado laboral sea cada vez mayor. Y también para desechar los caminos que la experiencia nos indica que son equivocados y emprender otros que sean de verdad eficientes.

FARO publica hoy una exhaustiva radiografía del mercado de trabajo en Galicia en la que se explican con detalle las causas y los efectos de un divorcio laboral que se traduce en dos llamativas cifras: con más de 140.000 personas inscritas en las listas del paro hay al menos 13.000 puestos de trabajo sin cubrir. Y la situación, según el Servicio Público de Empleo Estatal (Sepe), tiende a agravarse.

Como en todo problema complejo, la solución no es fácil. En realidad, en este fenómeno, por otra parte muy español, confluyen múltiples factores, que van desde lo meramente económico a lo sociológico. De lo estructural a lo mental. De las malas condiciones –y no solo salariales, sino también de promoción o de realización personal– que se están ofreciendo a los prejuicios personales. En este poliedro, hay causas sistémicas y otras coyunturales, enquistadas y novedosas.

Entre los factores clásicos se sitúan a la cabeza la insuficiente formación, la falta de competencias técnicas y de especialización. Lo llamativo es que, según el observatorio del Sepe, el mayor problema es la escasez de personal de cualificación media. En este sentido, parece imprescindible acercar, acompasar, la formación –universitaria, FP, ciclos de reciclaje o de actualización de competencias y conocimiento– a la demanda laboral. Es evidente que el objetivo único y exclusivo de unos estudios, medios o superiores, no puede ni debe ser su pasaporte al mercado laboral. Existen otras razones, también valiosas, para estudiar. Pero sí parece sensato pensar que una educación que no es útil a la sociedad, es decir, que no la provee de los profesionales que necesita, no está cumpliendo con su cometido principal.

Entre los factores nuevos sobresale cierto desprecio, más generalizado de lo que gusta reconocer, a ejercer determinados empleos que sufren una suerte de estigmatización social. Puestos de trabajo básicos, no especializados o de baja cualificación, que no gozan de consideración pública o implican un mayor sacrificio y esfuerzo. Esto último explicaría que la mitad de los empleos de 2022 en Galicia fuesen firmados por trabajadores extranjeros. Son, en su mayoría, empleos de rango menor, desde el punto de vista salarial o de reconocimiento social pero esenciales para mantener servicios y sectores básicos.

Tanto las políticas públicas –a la vista de los datos– como la visión que tienen no pocas empresas deben dar en particular un giro de 180 grados con un grupo que sufre especialmente la lacra del desempleo: los mayores de 45 años y los parados de larga duración. El mercado laboral no está contando con ellos. Así que se hace imprescindible reintroducirlos con cursos de formación verdaderamente útiles y enfocados a aquellos sectores que están reclamando mano de obra. Pensar que un hombre o una mujer mayor de 50 años ya no puede aportar nada es tan necio como injusto. De hecho, debería ser al contrario. Así que urge recuperar este capital humano, recalificándolo en competencias y devolviéndolo al mercado.

"El desajuste entre oferta y demanda nos obliga a reflexionar sobre qué se está haciendo mal para que esta brecha en el mercado laboral sea cada vez mayor"

En general, las políticas públicas de empleo, en las que las administraciones –de uno y otro color y de todos los ámbitos territoriales, desde el Gobierno a las autonomías– han (mal) gastado y siguen haciéndolo miles de millones de euros, se han mostrado desfasadas, alicortas y fallidas en relación con los objetivos que dicen perseguir. En Galicia, en la actualidad casi 90.000 personas están cobrando la prestación contributiva, recibiendo un subsidio de desempleo o recibiendo una renta activa de inserción.

Los hechos demuestran que los efectos de esta estrategia han sido hasta ahora analgésicos, calmantes, en el mejor de los casos; en el peor, una simple medida paliativa que se puede extender en el tiempo hasta que ya sea demasiado tarde, y el proceso de reinserción sea imposible. Las políticas de empleo deberían ir justamente en la dirección contraria: ejercer un impacto vitamínico, vigorizante, estimulante en un sector expulsado del circuito laboral y que necesita y quiere trabajar.

En este empeño es clave la complicidad, la alianza, de todos los centros de formación, de los superiores a simples ciclos, y de las empresas. Los primeros aterrizando a los alumnos en la realidad económico-laboral, actualizando sus contenidos para ajustarlos a las demandas reales; y las segundas ofreciendo a los trabajadores –a los que ya tienen y a los que pretenden captar– salarios y condiciones laborales dignas, y la oportunidad, en realidad un derecho, de una formación permanente. Y no olvidemos que un territorio sin oportunidades laborales está abocado a la emigración, un fenómeno que en Galicia conocemos demasiado bien y que solo contribuirá a ahondar más en el invierno demográfico que nos azota desde hace décadas.

Mientras esto no ocurra seguiremos leyendo noticias sobre un desempleo lacerante y la falta de trabajadores. La brecha seguirá abriéndose y nuestra perplejidad irá en aumento.