DE UN PAÍS
Gondomar, el embajador
Don Diego Sarmiento de Acuña (1567-1626), primer Conde de Gondomar, es ya una de las figuras mejor conocidas y con mayor reconocimiento en el retablo histórico de los hijos de Galicia. Lograrlo no ha sido tarea fácil. La Edad Moderna española se ha mostrado como un ámbito más propicio a la legión de hispanistas, en busca de tradiciones históricas ignotas, que para los propios discípulos locales de Domínguez Ortiz o José Antonio Maravall. La utilización que el franquismo hizo de la España imperial tampoco ayudó a estimular la curiosidad de los nuevos investigadores. En última instancia, los trabajos de nuestros historiadores de las últimas décadas prefirieron orientarse hacia la restauración de las identidades autonómicas y aún las locales, en una exhaustiva inmersión etnográfica.
En Galicia, el trabajo pionero del diplomático Luis Tobío y de Manuel Fraga, a la sazón presidente de la Xunta, impulsaron el conocimiento de la figura del Conde de Gondomar y, en particular, su desempeño al frente de la embajada de España en Inglaterra en dos etapas: 1613- 1618 y 1620-1622. Amparan este resurgimiento los miles de cartas y notas que se guardan de la actividad diplomática y doméstica de don Diego, así como su pasión bibliográfica, legados hoy perfectamente catalogados y al alcance de los estudiosos.
El paulatino acceso a este extenso material va desvelando los atractivos perfiles intelectuales y las considerables habilidades diplomáticas y políticas de Gondomar. La relevancia de los destinatarios de sus misivas, los monarcas Felipe III y Felipe IV, los validos Lerma u Olivares y el rey Jacobo I o el mismo Francis Bacon, dan una idea de la trascendencia de los asuntos tratados y la asombrosa sutileza con que son abordados.
Para ocupar en parte el campo todavía no roturado por la ciencia histórica, han proliferado meritorios trabajos que se han servido de las referencias históricas y biográficas de Gondomar y su época para recrear, desde la literatura, los asuntos, ambientes y hasta la psicología de los personajes en cuestión. La última obra de estas características es la de Fernando Bartolomé Benito, que acaba de publicar “Gondomar el embajador. Diplomacia y arcabuces”. Un volumen de 627 páginas que, inspirado en los avatares de Sarmiento de Acuña, sostiene un copioso relato que complementa definitivamente sus anteriores aproximaciones al personaje. Cometido y dedicación dignas de encomio que admiten, por mi parte, la fórmula que Olivares usa para despedirse de Gondomar: “Me crea que deseo lo mejor y ya sabe que el discurso es libre en cuanto no es la fe”, que aquí podríamos interpretar por ciencia.
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