Opinión

El comisario de Pesca y nuestros capitanes intrépidos

Hacia finales del siglo XIX el premio Nobel de literatura británico Rudyard Kipling, incansable viajero, tuvo la oportunidad de visitar el puerto pesquero de Gloucester en Massachussets, uno de los principales puertos dedicados a la pesca en la costa atlántica de los Estados Unidos. Quedó impresionado por la calidad humana de las gentes del mar, de su valor, de su entrega y sacrificio a una profesión arriesgada, que requiere control, disciplina y compañerismo, pero que a la vez es una actividad muy competitiva. Tan impresionado quedó que ello le impulsó a escribir una de sus más famosas novelas: “Capitanes Intrépidos” (Captains Corageous) en la que refleja el carácter internacional de la pesquería de bacalao en Terranova y zonas aledañas, el sacrificio de los pescadores, sus valores humanos y el hecho de que todas las gentes de mar se comportan de acuerdo con estos mismos patrones. En definitiva, unas gentes honradas y sacrificadas que ejercen una profesión que permite que la humanidad se alimente, y que no tiene nada que ver con la imagen que algunas ONGs descerebradas se empeñan en transmitir, agrediendo a un colectivo que tiene mucho de admirable y a las que el comisario Sinkevicius parece dar atención preferente.

La novela de Kipling cuenta la historia de un niño pijo, rico y malcriado, Harvey, que se cae por la borda del trasatlántico donde viajaba y es recogido del agua por Manuel, un pescador portugués en su embarcación (un Doris), enrolado en el buque de pesca de Gloucester, We’re Here. El niño pijo y malcriado no tiene más remedio que permanecer a bordo de pesquero algunos meses porque éste no puede abandonar la pesca de la que viven para transportar a un mocoso engreído a su casa. Harvey exhibe sus malos modos y chulería al principio de la aventura, cosa que se comienza a corregir tras un bofetón que le propina el capitán del pesquero, Disko Troop (apellido probablemente holandés). A Harvey le ofrecen un salario y trabajará codo con codo con el resto de la tripulación durante toda la campaña de pesca, cosa que tiene que aceptar. El relato describe de maravilla cómo era la pesca de Terranova en la época de los veleros y los Doris. El niño malcriado, vuelve hecho un hombre, completamente cambiado y mucho más humano. El relato hace protagonistas a los pescadores de Gloucester, pero hubiera servido para representar a los pescadores, holandeses, gallegos, bretones o de cualquier otro puerto pesquero de Europa.

La Comisión Europea, por obra y arte de su comisario Sr. Sinkevicius y de su directora general Sra. Vitcheva acaban de aprobar un Reglamento que veda muchas zonas de pesca a la flota europea, en una medida desproporcionada y excesiva y que nuestro juicio va en sentido totalmente contrario a los objetivos que para la pesca establece el Tratado. Espero y me alegro de que el Gobierno recurra tal decisión, así como todo aquél que se encuentre legitimado para hacerlo. Esto es importante porque estos comportamientos propios de un despotismo NO ilustrado no deben de proliferar: hoy por la pesca y mañana por cualquier otro sector de la economía de la Unión Europea. La representatividad política no la dan los emails del sr. Comisario, sino que se hace a través de los organismos de representación democrática especificados en el artículo 10 del Tratado de la Unión Europea.

Pero releyendo a Kipling a uno se le ocurren situaciones que podrían ser análogas, es decir con cosas en común con el relato, pero distintas. No vayan a pensar que tildo de pijos ni al comisario ni a la directora general y por supuesto no estoy sugiriendo tirarlos por la borda de ningún trasatlántico ni que ningún Disko Troop les dé un bofetón, pero creo que les convendría despertarse, como el Harvey del relato de Kipling, sobre una pila de bacalao recién pescado y visitar un buque de pesca de cualquier país de la Unión para que pudieran apreciar de primera mano cómo es esa vida y pudieran comprobar, parafraseando a Churchill, “¡Cómo tantos deben tanto a tan pocos!”, y pudieran confirmar cómo nuestros pescadores europeos han sido capaces de proporcionar tanta proteína saludable a tanta gente en tiempos difíciles.

Algunos tenemos vivencias directas de la pesca y yo recuerdo mi desembarco en Saint Pierre et Miquelon tras participar tres meses en una campaña del bacalao. Recuerdo en una de las reuniones de ICNAF que le dije a un armador vasco (votante del PNV) que la vida en el mar no había dinero que la pagara. Le faltó tiempo a este armador para irse a quejar al subdirector de pesca que: “¡Este chico es un comunista!”. No hace falta tener ninguna adscripción política para querer y apreciar el trabajo de nuestros pescadores gallegos, vascos, andaluces, bretones, holandeses y de otras regiones pesqueras europeas. Que no se equivoquen ni el sr. Sinkevicius ni la señora Viltcheva: la opinión pública de estas regiones no coincide con los emails a los que hacen mención. Nosotros desde la derecha y desde la izquierda siempre estaremos a favor de nuestros Capitanes Intrépidos a los que queremos y respetamos.

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