Algo debe ir mucho peor de lo que parece en el seno del Gobierno actual de España cuando, para lograr solución a un problema trascendente –en este caso la necesidad de una conexión eléctrica a la línea llamada de Muy Alta Tensión (M.A.T.) por parte de una empresa multinacional con sede en Vigo y que significa decenas de miles de empleos directos e indirectos en todo el país–, resulte necesario acudir a la vía que antes se llamaba enchufismo y ahora, quizá, comilitancia. La empresa es Stellantis y la cuestión, la incompetente o inexplicable actitud del ministerio correspondiente y su titular. Quien, dicho sea de paso, la única que usa las orejas para tratar con Galicia: ahora, las cierra.

La gravedad deriva de la ausencia de autoritas de alguien cuya incapacidad operativa se demuestra con el hecho de que la ministra no habla con el CEO de la multinacional, y anuncia en cambio su disposición a “dialogar” con un segundo o un tercero en escalafón. Y que se permite el lujo de responder a iniciativas parlamentarias –unánimes en Galicia y mayoritarias en las Cortes– discutiendo la urgencia de aquella conexión con el peregrino argumento de que “si le ha ido tan bien hasta ahora, no ha de ser tan imprescindible la conexión”. O algo parecido, a pesar de que la empresa advirtió que –esa M.A.T.– es necesaria para la continuidad de la factoría donde está ahora. Nada más y nada menos.

Ahora mismo, y ante tal ejemplo de sordera, hay ya quien apunta la hipótesis de que la ministra no quiera hablar del asunto con quien debiera a causa de que en la petición se incluyen, como es natural, quejas y críticas hacia quien no da respuesta positiva a tal necesidad. Y es sabido que el conjunto de vicepresidentas, ministros y ministras, con el presidente a la cabeza, sólo entienden a quienes respondan con un “amén” –lo más sonoro posible– a sus decisiones; los otros han de ser inmediatamente enviados al olvido. Pero las cosas podrían cambiar, aunque los escépticos, sostenidos en los precedentes negativos, fruncen el ceño cuando alguien del Gobierno dice “que piensa hacer algo”.

Y es que su señoría, visto que hay algo más que enfado en la ciudad y en Galicia, y que en el Senado se redoblan las preguntas y las instancias al Gobierno,“ promete. Acaso sobre todo porque incluso desde el Ayuntamiento vigués el señor alcalde Caballero –don Abel– ha dicho aquello de “la ciudad tendrá lo que necesita, ya me encargaré yo de hablar con el Gobierno”, frase que da lugar al introito de esta opinión. Lo malo es que las promesas de ese nivel –además de las colaterales y superiores– proceden de un Gabinete de “pinochos”, con la nariz cada vez más larga, y eso hace imposible confiar en lo que digan. O aseguran que intentan: que se lo pregunten a dos Luis Planas y el veto de la UE a la pesca.

(No ha de entenderse como una falta de respeto la referencia al famoso muñeco de larga nariz. Sólo se trata de ilustrar un hecho ya demasiado frecuente entre los miembros no sólo del gabinete, sino también de su entorno: disfrazar, u ocultar, tanto la verdad que resulta casi imposible disponer de tiempo para discernir entre un bulo y una promesa creíble. Se puede ilustrar lo que queda dicho con el penúltimo ejemplo: el Gobierno replicó al “desafío” del presidente de la Xunta sobre la intención gallega de tener su propia Ley del Litoral diciendo que “todas las prórrogas de los afectados han sido atendidas”. No es cierto, como el suroeste sabe en el “caso Ence”. Y el último: el señor Sánchez admite la propuesta de su rival don Alberto Núñez de rebajar el IVA del gas después de llamarle “indocumentado“ y “mal gestor“. Creer en esos perfiles tan variables sólo es posible desde la fe del converso.