Es probable que, si quienes piensan que la política es una profesión –o un arte, el de “hacer posible lo necesario”, pero de estos quedan pocos– en la cual escasea la generosidad, lo que ha dicho en FARO DE VIGO el señor presidente Rueda Valenzuela sobre sus intenciones sea considerado por sus opositores como “cortinas de humo”. Lo malo, para ellos, es que no tienen en cuenta que la gente del común, cuya parte más generosa hace tiempo que está acampada en el terreno del escepticismo, acoge del mismo modo las críticas. Porque las considera parte de una táctica que se sustenta en la tesis, que saben perversa, que parte que del lema más “antipatriótico: “cuanto peor, mejor”.

Ya no es esa una actitud que alguien serio, vote lo que vote –o que no vote– pueda “comprar”. Ni siquiera gratis, sobre todo cuando lo que se cuestiona no son los propósitos, sino la sinceridad con que se formulan. Y eso a pesar de que los problemas a los que se refiere don Alfonso son ciertos, todos y cada uno. Y aún se queda corto, dato que reconoce, ni siquiera disimula y que, a diferencia de otros –de los suyos y de los contrarios–, afronta aportando ideas para encontrarles una solución. Algo que, dicho sea de paso, no parte, aunque podría, de endosar la gravedad del conjunto a la guerra de Putin o a la inflación provocada entre otras causas por la dependencia europea en materiales vitales para su economía.

Es cierto que pueden añadirse a las causas de las continuas crisis en estos años –en buena parte resultado de la dejadez de la UE a la hora de entregar la solución de sus necesidades a países terceros y en general lejanos– y/o la inepcia para admitir el cambio evidente del esquema geoestratégico que hasta ahora regía en este planeta. Y también podría, el presidente de la Xunta, haber incidido en todo eso y culpabilizar de ello urbi et orbi, pero no lo hizo, acaso porque sabe que no es tiempo de lamentar –aunque sí de reclamar– sino de buscar remedio para los males. Y eso, en opinión personal, lo distingue y lo aleja de la mediocridad de la política. Aquí. allá y acullá.

Cuanto queda dicho no excluye del análisis dos factores que merecen atención especial y que han quedado en el aire. Uno, casi general en el oficio, es concretar el modo, los recursos disponibles para hacerlo y los plazos aproximados –pero serios, lo más serios posible– en que pueden concretarse las intenciones que fueron expuestas en este periódico. Es una especie de ausencia habitual entre los gobernantes la de las respuestas específicas a presuntas tan elementales como las de qué, cuándo, cuánto, cómo, dónde y por qué. Y ese defecto –que lo es, se mire como se quiera– resulta una de las causas principales, sino la principal, para la escasa credibilidad de la mayor parte de los oficiantes. Quede claro el punto de vista.

El segundo de los factores trata del escepticismo, ya señalado, con que una parte de la sociedad gallega recibe los mensajes, incluso los alentadores, de sus referentes. Y hay motivos para ello, tan antiguos que tienden a consolidar una idea, la d que Galicia carece de recursos para igualarse a otras Comunidades con problemas parecidos. Y no es cierto que sea pobre: si acaso, empobrecida por la escasa prioridad que desde hace demasiados años los gobiernos centrales le han otorgado. Un hecho agravado por la ausencia de un sentido de lo común que ha llevado a confundir la paciencia con la aceptación de un trato injusto que no sólo dura, sino que se acentúa. En ese sentido, cuanto ha dicho el presidente de la Xunta conecta en síntesis con la realidad y supone, además de reivindicar lo obvio, la posibilidad de que esta tierra alcance, por fin, el progreso que se merece.