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Javier Junceda

El andaluz de La Toja

Cuando alabas su trabajo, te dice que él solo es un simple camarero, pero es mucho más que eso. Es la imagen viva del legendario Balneario de La Toja. Podría haber sido otras muchas cosas, como las que de verdad le apasionan vinculadas a la protección civil o el voluntariado social, pero Paco Domínguez –otro Domínguez de los muchos empadronados en O Grove–, es la cara visible de esa centenaria meca del turismo internacional que baña el mar de Arousa. Nadie que haya pasado por el Gran Hotel puede olvidar fácilmente a un metre hiperactivo merodeando las mesas desde primeras horas de la mañana, pendiente del más mínimo detalle. Lo lleva haciendo sin desmayo desde hace cuarenta y cuatro años, poniendo rostro humano, simpatía y amabilidad a esa formidable joya mundial de la gastronomía y la hostelería.

Grovense, aunque radicado en San Vicente do Mar, a Paco “el andaluz” –como conocen a su familia por sus antepasados llegados un buen día desde el sur–, le alcanzará la edad de jubilación metido a fondo en su tarea cotidiana, consistente en tratar como si estuvieran mejor que en su propio hogar a infinidad de huéspedes o comensales procedentes de los más recónditos rincones del planeta.

Ha atendido con esmero a monarcas, presidentes, ministros, numerosas personalidades de la política, el espectáculo o el periodismo, o a magnates, pero si le preguntas por el que mejor o peor impresión le ha causado prefiere no contestar. Hace una excepción con el torbellino Fraga, por el respeto escrupuloso que tenía a los tiempos y su estricta sujeción al protocolo. “Cuando venía don Manuel sabíamos que podíamos estar ya en casa a las once de la noche”, recuerda con nostalgia.

Cuando la temporada se cierra, Paco no descansa. Retorna entonces a sus aficiones de ayuda al prójimo, en las que ha hecho hasta de muerto en simulaciones de accidentes. Sus dos hijos llevan en la sangre esa intensa vocación, enrolados en el salvamento marítimo y en los servicios aéreos de rescate gallegos.

No tengo nada claro que dentro de dos o tres años Paco pueda dejar sin más el Gran Hotel y las miles de anécdotas y confidencias en casi medio siglo de fatigas. Ni que pueda ser reemplazado con facilidad. Sus dos nietos seguro que le ayudarán a aplacar su proverbial inquietud, aunque La Toja habrá perdido a quien mejor la encarna, lo que a algunos nos hace volver una y otra vez cada mes de agosto.

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