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Joaquín Rábago.

Zaporiyia y la niebla de la guerra

Ya el pasado febrero, quien firma este artículo llamaba la atención del lector sobre el peligro que supondría el que alguno de los quince reactores nucleares que tiene Ucrania fuera objeto de un bombardeo, bien fuese accidental o deliberado (1).

Y algo de lo que entonces se temía ha terminado ocurriendo: la mayor central nuclear del país invadido, la de Zaporiyia, ha sido atacada sin que pueda establecerse de momento quién es el responsable: rusos y ucranianos se acusan mutuamente de lo sucedido.

De los seis reactores que tiene esa central, sólo dos están en funcionamiento, y, según los expertos, mientras funcione un solo reactor, se generará la corriente necesaria para su refrigeración.

Si hubiese que apagarlos todos, la central tendría que recurrir a la corriente externa, pero si, por error o por culpa de un ataque, ésa se interrumpiese, no podrían refrigerarse ya los elementos combustibles con el consiguiente riesgo de catástrofe nuclear.

Los técnicos ucranianos que trabajan en la central siguen en sus puestos aunque controlados, según ellos, a punta de pistola, por unidades del Ejército ruso.

Se trata en cualquier caso de reactores de fabricación rusa por lo que el país invasor podría instalar allí, en caso necesario, a sus propios expertos.

Según el meteorólogo alemán Wolfgang Raskob, que ha estado en estrecho contacto con los expertos nucleares ucranianos desde que empezó la guerra, incluso en el peor de los casos, una catástrofe nuclear en esa central no tendría la gravedad de la de Chernóbil (2).

Se asemejaría más a la de la Fukushima, en Japón (2011), de la que escapó un décimo de las emisiones radiactivas liberadas en 1986 en el accidente de la central nuclear ucraniana y que afectaron a buena parte de Europa occidental.

“De producirse la fusión del núcleo de alguno de los reactores nucleares de Zaporiyia, las consecuencias serían terribles para Ucrania y las zonas más próximas de Rusia”

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De producirse la fusión del núcleo de alguno de los reactores nucleares de Zaporiyia, las consecuencias serían en cualquier caso terribles para Ucrania y las zonas más próximas de Rusia.

Habría que evacuar inmediatamente a toda la población en un radio de hasta un centenar de kilómetros y se medirían dosis muy altas de radiactividad incluso a varios cientos de kilómetros de distancia, por lo que se recomendaría a los ciudadanos no salir de casa.

Cuales fuesen las regiones más afectadas dependería de la dirección de los vientos, que allí suelen soplar, según el meteorólogo alemán, en dirección al sur y al este, es decir que los más preocupados deberían ser los rusos y los turcos.

De ahí que haya que tomar con un grano de sal las palabras del propio presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, quien se apresuró a acusar a Rusia de los ataques en torno a Zaporiyia y exigió sanciones inmediatas contra la industria nuclear del país invasor.

¿Qué sentido tendría, habría que preguntarse, que las Fuerzas Armada rusas bombardearan esa central tras varios meses de ocupación y con presencia en la misma de personal civil y militar ruso?

Los rusos necesitan además la central para alimentar de energía a la región ocupada de Donbás con una línea eléctrica que se dirige a Mariupol y otra, que llega a Crimea. Por el contrario, la red eléctrica ucraniana está conectada a la europea.

Lo que ocurre alrededor de Zaporiyia está envuelto en lo que el militar y teórico de la guerra prusiano Carl von Clausewitz llamaba “la niebla de la guerra”.

De ahí que sea imperioso que la Agencia Internacional de la Energía lleve a cabo una inspección in situ para determinar quién es el responsable de esos ataques.

(1) “¿Y si ardiesen las centrales nucleares que tiene Ucrania?”. FARO DE VIGO

(2) En declaraciones al semanario germano ‘Die Zeit’.

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