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Crónica Política

Javier Sánchez de Dios

La reacción

Es buena cosa –muy buena, la verdad– que la Xunta, la patronal gallega e incluso elementos importantes del sector de la automoción hayan reaccionado como lo han hecho ante el ataque a los intereses generales de Galicia por parte de la ministra Ribera –que no es nuevo–. A la exclusión de la MAT solicitada por Stellantis ha de unirse la ausencia de una reglamentación seria sobre la carestía de la electricidad mediante el fantasmal Estatuto de las Electrointensivas, prometido antes del inicio de la pandemia y quizá víctima de la pereza gubernamental para abordar cualquier asunto serio que afecte al Poniente mientras centra su atención, y hasta un mimo especial, en Levante.

Se califica de sobresaliente la reacción de la Xunta, en bloque y a través de su presidente y su titular de Economía, por el fondo –que corresponde a la amenaza que conlleva lo de la MAT para la factoría en Vigo– e incluso por la forma, que revela, aunque educadamente, el hastío del país ante la reiteración de un maltrato que ya solo discuten los fanáticos o los malintencionados. Y produce satisfacción que los empresarios, y otras fuerzas sociales importantes también en el tejido económico se unan a la protesta y al hastío; que es por la reiteración, no por la ideología de un Gobierno incluso tan difícil de definir como este.

Hace pocas horas se reclamaba, desde un punto de vista personal, que este antiguo Reino se movilizase en un acto que algunos admitirían como de legítima defensa ante la injusticia. Cierto que los escépticos, y los pesimistas, dudaban de que la repulsa fuese general atendiendo a la falta de costumbre. No fallaron, porque hubo ausentes y tibios, pero erraron al negar precedentes: en dos ocasiones, al menos, Galicia supo sacar a las calles su indignación. La primera, contra el “aldraxe” de un Estatuto insuficiente y, la segunda, ante el inicial olvido del Estado en el naufragio y efectos del Prestige. Hizo falta alzar la voz y lo hizo; ahora debe estar atenta por si hay que repetirlo.

(Conviene insistir en los ausentes y en los tibios. Ocupan lugar prioritario entre aquellos los dos sindicatos “mayoritarios”, UGT y Comisiones, a los que no se puede acusar de cobardía porque tienen en su historia muchas víctimas de la represión en la lucha por la libertad y episodios de convivencia como los pactos de la Moncloa. Entre los tibios conviene no olvidar a buena parte de la socialdemocracia gallega, incapaz, parece, de hacer siquiera un mal gesto a quienes perpetran injusticias reiteradas contra los intereses de su propia tierra. En cuanto al BNG, hay veces –y esta es una de ellas– en que trata de mantener un equilibrio difícil entre su deber con Galicia y su apoyo a este Gobierno. Y esa es casi siempre una incómoda postura).

Ocurre, por supuesto, que esto no se acaba con la recta actitud de la Xunta en este asunto ni en el apoyo que suscita entre la mucha gente cuya acción política se limita a acudir a las urnas cada cuatro años. Tras hablar y criticar hay que actuar, y se supone que para ello dispone de doctores que sabrán cómo hacerlo. Aunque no va a ser fácil: el señor Feijóo tendrá que hacer compatible su condición de militante gallego con la de presidente de todo el PP. Y, por tanto, lograr el modo de defender los intereses –que a veces no coincidirán– de su partido aquí, allá y acullá. Tiene capacidad para hacerlo, pero habrá también de aquilatar, hablando de reacciones, las que susciten sus decisiones en la variedad de sus bases. Y no debiera olvidar una cosa: para llevar a la tierra prometida del poder a sus mesnadas necesitará, hoy por hoy, casi un milagro. Y él no es Moisés. Aún.

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