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José Manuel Ponte

Inventario de perplejidades

José Manuel Ponte

Víctimas de la propaganda

Como nuestro limitado conocimiento de la política internacional nos impone (vivimos en la periferia imperial), la invasión de Ucrania por tropas rusas nos sorprende con un modesto bagaje de lecturas y de conversaciones de café. Pero poco más. La mayoría de la opinión pública europea se manifestó solidaria con el sufrimiento del pueblo ucraniano. ¿Quién no se conmueve viendo las imágenes del éxodo de miles de personas (muy pronto quizás millones) por las fronteras de los países vecinos? Con el paso del tiempo, las fotografías de esa riada humana serán un documento imprescindible, entre otros muchos, para certificar hasta dónde llegó el nivel de la fraternidad en el siglo XXI (en algunos núcleos urbanos ribereños es costumbre señalar hasta dónde llegó el agua del río en los grandes desbordamientos invernales).

Por lo demás, nuevamente se ha puesto de manifiesto que la verdad es la primera víctima de cualquier guerra. Una certeza que se ha hecho todavía más engañosa a medida que se perfeccionan los medios utilizados por los propagandistas. Hasta el punto de que es posible replicar la imagen y la voz de una persona y situarla donde nos convenga, solo o en compañía de otros replicantes. En cualquier caso, y al margen de esas sofisticaciones, la utilización excesiva de imágenes reales también debería de ser calificada como propaganda. Pongamos por caso, la filmación de niños escapando de la violencia que mueven a la compasión. O de ancianos desesperados pidiendo ayuda.

Durante una hora que estuve ante el televisor yendo de una a otra cadena, acabé de familiarizarme con la imagen de una anciana que era el vivo retrato del desconsuelo. Lloraba y profería gritos desgarradores y revolvía los ojos con destellos de una incipiente locura. Inconscientemente, me sentí culpable de no haberla podido ayudar. Hasta que, a la cuarta comparecencia, dejó de interesarme y me fui a la cocina para tomar algo que me hiciera aliviar la desagradabilísima sensación de haberme convertido en un ser despreciable.

No obstante, los intensos años de dedicación profesional al periodismo donde tantas enormidades acaban por hacerse ominosa realidad (como el dinosaurio de Monterroso) me ayudaron a superar el trance. Desde luego, parece evidente que la unidad propagandista del Ejército ruso utiliza una táctica bien distinta de la que emplea la resistencia ucraniana. Que se corresponden perfectamente con el distinto papel que asumen los contendientes. Uno debe de minimizar el número de bajas y destrozos causados por su actividad militar. Y la otra, con mucha menos potencia, glorificar la heroica resistencia de una ciudadanía y de un voluntariado dispuesto a morir por su independencia.

Las televisiones nos pasan imágenes de milicianos resistentes fabricando cócteles molotov a emplear contra los vehículos blindados. O instruyendo a hombres ya maduros y sin experiencia en el uso de fusiles Kalashnikov, una sofisticada arma de fuego que hay que manejar con mucho cuidado.

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